jueves, 23 de mayo de 2019

AGUSTÍN ZAMARRÓN



                      AGUSTÍN ZAMARRÓN
Qué hermoso es encontrarse en un recodo, como si fuera una aparición, con el buen uso de la palabra, puesta al servicio de la buena voluntad y del sentido común.
De repente, en la apertura de la nueva legislatura, resulta que sube al estrado un señor entrado en años para presidir la mesa de edad. Tal vez una de las pocas veces en las que, por imperativo legal (qué risa), se reconoce el valor de la experiencia acumulada en los años de existencia. Usa gafas y luce barbas largas y deshilachadas; todo él ofrece una figura entre académica y patriarcal. Sí, es verdad, no hay figuración ni pose, es un trasunto casi exacto de Valle-Inclán, el eximio escritor de barbas de chivo que dejó su elegancia y su profundidad literaria en aquella literatura de entresiglos.
Pero lo más importante es que también era depositario de la belleza en la palabra y en las ideas, en su manera calmada y certera de conducir a todo un rebaño de gentes que más que balar mugían y se daban golpes como los ciervos en plena berrea. Fue tan solo un ratito, lo que duró el protocolo de las votaciones para la constitución de la mesa del Parlamento. Después debió de perderse entre pasillos, como una luz que busca su rincón y allí se queda tranquilamente a ver, con la ironía en los ojos y en la mente, cómo pasan las horas y los días. Sin embargo, ya había dejado en más de uno -ojalá hubiera sido en todos- clavado el aguijón de la sorpresa y de la complacencia: ¡!Un diputado culto, calmado, amable y capaz de comprender a los demás, haciendo escala de valores con el vértice en la cordura y en la sensatez!!
Con ejemplos así, uno se siente reconfortado y vuelve a la ilusión de que aún no está todo perdido, de que aún queda un rayo de esperanza en el poder de la palabra como elemento mediador entre las personas, como vehículo que enseña que nada es absoluto y todo tiene perfiles y variantes. Qué alegría oír el uso de metáforas que no son impostadas, sino que manan solas, como manan las aguas en las fuentes, producto natural de la amplia base en que se guardan todas cuando se tiene sitio para ellas. No es posible adivinar malicia en esas formas, ni deseos de venganza ni ganas de vencer ni echar por tierra a nadie.
En estos mismos días apuramos las horas de propagandas electorales para las elecciones locales, regionales y europeas. Y qué disputas tontas, y qué ganas de colarse los goles a hurtadillas. Yo creo que estaré siempre con la oreja pendiente del que hable más suave, de quien no busque nada en contra de los otros sino a favor de todos, de quien no se complazca en ver herido al contrario sino en contemplar en pie a todos, también al adversario, y de quien asiente sus intenciones en la buena voluntad y el sentido común. Y con un ruego siempre: no alcen nunca la voz; es muy molesto. Son palabras del señor Zamarrón: “El griterío avergüenza solo a quien lo produce”. No puedo más que asentir y firmar al lado.
Y no quisiera parecer equidistante, eso nunca. Cada uno tiene sus formas, sus procedencias, sus pertenencias, sus ideales. Analícense las procedencias de estas gentes y compruébese en qué campos caen más tormentas y truenos, se oyen más voces o se escuchan los ecos del silencio. En fin, me entienden, ¿verdad? Pues ustedes mismos.

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