AGUSTÍN ZAMARRÓN
Qué hermoso es encontrarse en un
recodo, como si fuera una aparición, con el buen uso de la palabra, puesta al
servicio de la buena voluntad y del sentido común.
De repente, en la apertura de la
nueva legislatura, resulta que sube al estrado un señor entrado en años para
presidir la mesa de edad. Tal vez una de las pocas veces en las que, por
imperativo legal (qué risa), se reconoce el valor de la experiencia acumulada
en los años de existencia. Usa gafas y luce barbas largas y deshilachadas; todo
él ofrece una figura entre académica y patriarcal. Sí, es verdad, no hay
figuración ni pose, es un trasunto casi exacto de Valle-Inclán, el eximio
escritor de barbas de chivo que dejó su elegancia y su profundidad literaria en
aquella literatura de entresiglos.
Pero lo más importante es que
también era depositario de la belleza en la palabra y en las ideas, en su
manera calmada y certera de conducir a todo un rebaño de gentes que más que
balar mugían y se daban golpes como los ciervos en plena berrea. Fue tan solo
un ratito, lo que duró el protocolo de las votaciones para la constitución de
la mesa del Parlamento. Después debió de perderse entre pasillos, como una luz
que busca su rincón y allí se queda tranquilamente a ver, con la ironía en los
ojos y en la mente, cómo pasan las horas y los días. Sin embargo, ya había
dejado en más de uno -ojalá hubiera sido en todos- clavado el aguijón de la
sorpresa y de la complacencia: ¡!Un diputado culto, calmado, amable y capaz de
comprender a los demás, haciendo escala de valores con el vértice en la cordura
y en la sensatez!!
Con ejemplos así, uno se siente
reconfortado y vuelve a la ilusión de que aún no está todo perdido, de que aún
queda un rayo de esperanza en el poder de la palabra como elemento mediador
entre las personas, como vehículo que enseña que nada es absoluto y todo tiene
perfiles y variantes. Qué alegría oír el uso de metáforas que no son impostadas,
sino que manan solas, como manan las aguas en las fuentes, producto natural de
la amplia base en que se guardan todas cuando se tiene sitio para ellas. No es
posible adivinar malicia en esas formas, ni deseos de venganza ni ganas de
vencer ni echar por tierra a nadie.
En estos mismos días apuramos las
horas de propagandas electorales para las elecciones locales, regionales y
europeas. Y qué disputas tontas, y qué ganas de colarse los goles a
hurtadillas. Yo creo que estaré siempre con la oreja pendiente del que hable
más suave, de quien no busque nada en contra de los otros sino a favor de
todos, de quien no se complazca en ver herido al contrario sino en contemplar
en pie a todos, también al adversario, y de quien asiente sus intenciones en la
buena voluntad y el sentido común. Y con un ruego siempre: no alcen nunca la
voz; es muy molesto. Son palabras del señor Zamarrón: “El griterío avergüenza
solo a quien lo produce”. No puedo más que asentir y firmar al lado.
Y no quisiera parecer
equidistante, eso nunca. Cada uno tiene sus formas, sus procedencias, sus
pertenencias, sus ideales. Analícense las procedencias de estas gentes y
compruébese en qué campos caen más tormentas y truenos, se oyen más voces o se
escuchan los ecos del silencio. En fin, me entienden, ¿verdad? Pues ustedes
mismos.
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