A veces siento casi literalmente
el vértigo de los días, de esos días que se arremolinan y que se pegan por sacar
la cresta y mantenerse en la memoria un poco más de tiempo y apenas lo
consiguen pues son pisados por la losa general del tiempo, que apenas sabe de
medidas ni de escalas.
Se me ha ido una semana de entre
las manos sin poner los dedos en las teclas, atendiendo a otras cosas que
también son pasto del tiempo.
Desde el domingo pasado parece
que se ha creado el mundo y se ha celebrado el juicio final, con su apocalipsis
incluido, dos o tres veces. Se celebraron elecciones y ya se han analizado los
resultados con caídas en tierra y brazos levantados por todas partes. Y ya,
ahí, a la vuelta de la esquina, otros nuevos comicios para dentro tan solo de
tres semanas. A mí, además, en el nivel personal, me han sucedido otro manojo
de acontecimientos, que me guardo, pero que me dan aún mejor la medida de ese
paso del tiempo.
Como me interesa la cosa pública
-y la res pública, o sea, la república-, echaré otra vez mi cuarto a espadas,
ese cuarto a espadas que tan solo me sirve para matar el gusanillo y para
repasar de vez en cuando.
No tengo nada claro que el
panorama se haya clarificado. Es evidente que el PSOE ha ganado y que el PP se
ha golpeado contra el suelo. Como mis ideas son las que son, no debería negar
que esto me alegra (quiero decir lo del PSOE), pero sin echar las campanas al
vuelo y sin regodearse, porque a mí no me gusta ninguna derrota en nadie ni me
complacen los descalabros ni hacer leña del árbol caído. Es verdad que, con la
deriva que habían tomado las cosas (corrupciones, manifestaciones…), esto es lo
menos que pide la lógica que suceda. Pero creo que hay mucho más.
En el nuevo Parlamento vamos a
tener grupos parlamentarios para dar y tomar. No sé muy bien cómo se va a
manejar todo esto y si no se convertirá en un fárrago de intervenciones. Los
pactos van a estar a la orden del día, pero con el mismo peligro que acabo de
apuntar; y todo tiene bondad o maldad según el límite que pongamos a las cosas
y el uso que hagamos de todo ello.
Hay algo, desde mi observación,
que posee mayor alcance. Se trata de los resultados que los partidos de derecha
no nacionalista han alcanzado en el País Vasco y en Cataluña; prácticamente han
desaparecido y su lugar lo han ocupado los partidos similares nacionalistas e
independentistas. ¿Cómo se puede articular así un territorio? ¿A quién hay que
meterle en la cabeza que, sin un territorio articulado y definido, no hay forma
de pensar en ninguna articulación legal estable y permanente? Poco importa la
que sea, pero repito: SIN UNA ARTICULACIÓN TERRITORIAL, NO HAY MANERA DE
ESTABLECER UN CÓDIGO LEGAL COMÚN. EL ASUNTO TERRITORIAL ES PREVIO. ¿Es tan
difícil de entender esto? Lo que de ahí se deduce, si tuviera razón, es una
lluvia de conflictos, de enfados, de divisiones y hasta de odios entre
territorios. El panorama general es el de un país fallido y aspirante siempre a
un desafío continuo.
¿Qué podemos hacer para matarnos
a abrazos y a aspiraciones comunes en lugar de buscar siempre la diferencia y
la desigualdad, el esto para mí y lo de los demás que se lo busquen ellos?
De todas las historias de la Historia…
Me complace que la mayoría de
votos apunte hacia lo que considero progreso y menos desigualdad, claro. Me
disgusta lo que veo cuando levanto la vista y miro el campo, que más que un mar
de trigos bailando al viento me parece un mar con escuadras dispuestas para no
sé qué clase de batallas.
Será tal vez mi estado anímico. Será
eso.
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