Vivimos en eterna competición.
Parece que apenas hubiéramos adelantado un paso al resto de animales, que se
preocupan de mirar hacia delante para encontrar comida y hacia atrás para ver
la forma de que no los coman. Y mira que ya hemos liberado tiempo para
dedicarlo a pensar un poquito y no a la lucha continua por la supervivencia.
En plena vorágine de elecciones,
en las que solo apuntan vencedores y vencidos, dimisionarios y triunfadores, se
van agotando las competiciones deportivas de todo tipo. Y tengo para mí que
esta actividad representa casi mejor que nada la temperatura que tiene el
cuerpo social.
Un ejemplo que parece darme la
razón. Hay una competición de fútbol (había uno que decía “fúrbol”) llamada
Champions o algo así. Resulta que el Barcelona ha sido eliminado en las
semifinales (ya antes lo habían sido el Real Madrid, el Atlético de Madrid y el
Sevilla) y anda media humanidad, sobre todo del Ebro hacia el oriente, con el
moco caído y cantando las desgracias del fin del mundo, o al menos del diluvio
universal. Para rematar la faena, el hecho ha provocado las risas, chanzas y
chacotas de más de media piel de toro. Es lo que tiene andar siempre a la
gresca y preocupados más por el fracaso ajeno que por el éxito propio.
Poco tengo yo que ver con el
equipo de fútbol del Barcelona pues me parece (ojalá sea una apreciación
disparatada e irreal) causa de muchísimos males que se producen en este país,
y, en cualquier caso, creo que no me acogen bien y yo no acudo a lugares en los
que no soy bien recibido. Pero es el caso que me escandalizo con lo que veo,
leo y oigo acerca de lo que supone un hecho como un simple partido de fútbol.
Parece que se remueven los cimientos de toda esa entidad, fuerte, por otra
parte, como tal vez ninguna en España. Este equipo es campeón de liga, puede
serlo de la copa y dicen que solo ha perdido un partido en toda la competición
europea. ¿Pero qué más quieren estos zoquetes? Está claro que en sus cabecitas
solo existe el empeño de ganar y para nada sirven las ideas de competir, de
perder y, sobre todo, de divertirse. ¿Qué pensará -si es que piensa- toda esta
gente de los demás equipos? Todos unos fracasados. ¿Alguien me puede rebatir
que para que uno gane tiene que haber otro que pierda? ¿Pero por qué este circo
romano de hincar el tridente en el cuello de los demás y de no satisfacerse ni
no es con lo más alto del podio?
Recuerdo con cariño, una vez más,
aquella escena final de la película Campeones
en la que los discapacitados animaban a su entrenador: “¡Que hemos siso
subcampeones!”. “¿No es más grande un submarino que un marino?” Pues eso, coño.
No se puede estar todo el día
mirando por el rabillo del ojo a las victorias de los demás. Así solo puede
suceder que caigamos en la melancolía, en la envidia malsana y en los complejos
de inferioridad más evidentes. Y, por desgracia, aquí se está jugando más a
esto que a otra cosa.
Vuelvo a los infinitivos del título
y me quedo sobre todo con el último, que incorpora todo lo positivo que quiera
imaginarme.
N.B. Como hace tan solo unos días
apuntaba a la contemplación como tal vez la mejor forma de acercarme a la
belleza, aparcaré por unos días estas reflexiones para hartarme de contemplar
naturaleza por las latitudes más nórdicas y frescas, allí donde la luz no
quiere irse en estos meses y el silencio y el agua se abrazan todo el día. Voy
a ello.
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