domingo, 19 de mayo de 2019

DE VUELTA



Pues que me fui a ello y por allí anduve durante una semana larga.
Un viaje puede abarcar variables muy distintas y cada cual se puede contentar con aquellas que mejor le convengan. Para empezar, un viaje no es solo de ida, sino también de vuelta, de recuperación de lo dejado y de volver a sentir de nuevo las sensaciones que nos conforman cada día; pero es mucho más, es cambio de imágenes, es desconexión, es admiración o rechazo de otras formas de vida, es un espacio diferente, es un horario descuidado, es convertirte en una esponja abierta para dejarte empapar por otras condiciones, es…
En este caso el corte ha sido un poco más profundo porque la geografía así lo dictaba. He visitado Noruega, un país que no conocía y que posiblemente tampoco vuelva a visitar. Y puedo prometer que el espacio y el tiempo son allí diferentes. Las postales que dejan sus fiordos y sus montañas nevadas, al lado de un sinfín de lagos que se confunden con los fiordos al lado del mar, sumadas al paisaje de primavera con sus infinitas cascadas en estos días de deshielo y de las casas-granja desperdigadas a la orilla del agua, forman un espacio diferente que habrá que describir en otro formato. Algo parecido habrá que hacer con el poso de imágenes de la forma de vida, en horarios y costumbres, de sus habitantes.
Y hay otras muchas variables que se cuelgan en mi imaginación, como se cuelgan los glaciares a las montañas y se van vaciando a más velocidad de la debida.
Hoy solo quiero señalar una variable que me ha llamado la atención de forma poderosa. Nos hallábamos en Bergen, la segunda ciudad del país, con unos trescientos mil habitantes, el día de la fiesta nacional. Desde primeras horas de la mañana, y por todas las calles, se observaba todo un gentío que caminaba de un sitio para otro. La inmensa mayoría vestía el traje típico de su país y, casi sin excepción, enarbolaba alguna bandera noruega. Había niños pequeñitos con banderas en sus espaldas, ancianos y jóvenes con el mismo distintivo y gentes de toda edad celebrando su fiesta común.
A eso de media mañana, por las calles principales de la ciudad, se organizó un desfile interminable en el que participaban grupos de toda clase, en forma ordenada y con paso orgulloso. Por allí pasaron miembros de las fuerzas armadas, bomberos, marineros, asociaciones civiles de todo tipo, grupos con pancartas reivindicativas o simple grupos de amigos. Parecía que toda la ciudad estaba en la calle. Tamaña manifestación guardaba un orden perfecto y los que no desfilaban asistían al cortejo con aplausos de aprobación.
Pero es que, fuera cual fuera la condición de los desfilantes (repito que vi pancartas reivindicativas en el desfile), todos portaban en lugar bien visible alguna bandera nacional.
Me sorprendió tanto fervor patriótico, que yo no conocía. Pero tengo que confesar que sentí una envidia muy grande al ver que toda la comunidad estaba unida por algún símbolo querido por todos. Y mi imaginación me trajo a España. Y sentí sonrojo y pena por un país, este nuestro, que parece siempre sin hacer y al hostigo de los vientos de separación y de desunión. No es la primera vez que me sucede algo parecido, pero nunca lo había sufrido con tanta fuerza como ese día en Bergen. No soy un ser de demasiadas banderas, aunque no me estorban, pero repito que sentí una envidia grande por lo que aquello simbolizaba.
Para mi desgracia, me reafirmo en la idea de que, sin solucionar los asuntos territoriales, los demás elementos jurídicos y de convivencia no se arreglarán, porque son posteriores a aquellos.
A la vuelta me encuentro en la disputa de las elecciones municipales, regionales y europeas. Y me cuentan hechos y conductas que en poco favorecen la convivencia. Cachis.

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