Ando cerrando casi (solo casi) un
ciclo de idas y venidas que me impiden sentarme con sosiego a desgranar mis
sensaciones e ideas diarias. Es que, cuando se vive, no se escribe, solo se
vive.
Tendría que dar noticia, para mí
miso y para los demás, de la presentación del libro Al paso de los días. No se trataba, claro, de la primera
presentación de uno de mis libros. Pero he de decir que sí ha sido la que mejor
recuerdo me ha dejado y me dejará. Porque una presentación es un mantel tendido
en el que las páginas se abren y se extienden a la vista de todo el que quiera
mirarlas. De ese modo, le puede entrar la comezón de acercarse a ellas más
despacio para desentrañarlas, conocerlas y amarlas o dejarlas en la indiferencia.
Se reunió un nutrido grupo de
personas en torno de mí mismo y en todas sentí la presencia del afecto y de la
amistad, de la proximidad por el conocimiento o por el reconocimiento. Y me
arroparon, como buenos padrinos, aquellos que podían lucir las mejores galas y
los mejores trajes, los del conocimiento y los de la amistad. A mi lado tres
personas que me conocen bien, que han leído mis libros, que saben de mis
debilidades y las tratan con delicadeza y con bondad, que conocen cuáles son
mis puntos flacos, y que a todo ello unen una sensibilidad y una capacidad de
análisis muy intensa.
Luis Felipe Comendador trazó un
certero resumen de lo que a él más le llama la atención del libro y lo hizo con
sentidas palabras de afecto y de reconocimiento hacia mi persona, de lo que
siente como esencial en mi manera de entender la creación y el mundo poético en
general. Me parece que el equilibrio entre el afecto y el análisis fue muy bien
medido. Las gotas de proximidad y de contexto familiar me dejaron desde el
primer momento con la emoción desbordada y casi sin poderla contener. No puedo
decir más que un GRACIAS muy alto y fuerte. Seguiremos hablando y compartiendo
palabras e ideas en el quehacer diario.
Jesús Majada y Antonio Merino vinieron
a desbordarme ya en lo poco que podía contener mis emociones. En menos de media
hora trazaron una biografía vital y literaria, apoyada sobre todo en textos de
mis libros anteriores, que yo no podía esperar -entre otras cosas porque yo no
conocía nada de lo que iban a hacer los que me acompañaban y cada cual hizo lo
que creyó más oportuno- y que, en cada
verso citado y en cada línea escrita, me hacían revivir casi todo mi pasado. Qué
ratito. Y yo allí, a su lado, sin saber cómo taparme la cara para disimular y
mantener el tipo ante todos los presentes. Nadie había expuesto en público una
semblanza tan bien trazada de mí como la tejieron ellos. Aunque todo estaba
apoyado en versos de mis libros anteriores, creo que en ellos pudo más que nada
la amistad que nos une. Y qué bien lo hicieron los amigos. Creo (estoy seguro)
que todos los presentes también lo sintieron así: sus caras y sus gestos lo decían
todo; la mía era todo un poema.
Y remató todo el proceso Sara, mi
Sara, mi nieta del alma, con la lectura de un poema dedicado a ella, ejemplo
del proceso vital, del paso del tiempo y de la llegada de nuevas generaciones.
Para comérsela.
Poco podía yo añadir a lo que allí
se había dicho antes. En muy breves palabras, invité a los posibles lectores a
reconocerse en los versos del libro, versos en los que yo había aprendido a
conocerme a mí mismo. Al fin y al cabo, esa creo que es la última misión de
cualquier creación. Un par de poemas leídos por mí mismo y un breve coloquio
pusieron punto final a un acto de presentación del libro Al paso de los días, que, repito, a mí me sobrepasó en la emoción,
en la precisión de análisis y, sobre todo, en ese valor superior y duradero que
llamamos amistad.
GRACIAS a todos, los presentes y
los ausentes. Ahora ya el libro es de los lectores; a ellos les pertenece y
suyas son las opiniones. Espero benevolencia y que El paso de los días sea también un poco el paso de sus días.
1 comentario:
¡Cuánto sentimos Mayca y yo no poder estar ese día contigo!
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