Mientras tecleo en mi ordenador,
escucho un Divertimento de Mozart.
Durante unos breves minutos solo escucho con el afán de llenarme de ese
espíritu positivo que de sus notas y compases se desprende. Una vez situado en
ese nivel, busco las teclas que dan vida al pensamiento que ahora me ocupa.
Es inevitable. No lo puede anular
ni mi paseo matinal por el campo, al olor, a la vista y al despliegue de todos
los sentidos en la naturaleza, en estos días tan apabullantes. Es día de
elecciones y las variables que incluye este hecho son muy variadas e
importantes. Y no todas me animan con la misma fuerza y entusiasmo. Pero, por
encima de todo, se alzan los elementos positivos, aquellos que me hacen sentir
que una comunidad tiene el derecho a intentar organizarse por sí misma, sin
salvadores ni milagreros ni sátrapas.
No quiero defender la democracia
como el mejor de los sistemas políticos, sino como el menos malo,
fundamentalmente porque te deja siempre la posibilidad de rectificar y como la
sordina de que algo has podido decir ante los demás. Ya sé que eso es poco, y
menos si se ejerce este derecho cada cuatro años y no cada día y en cada
momento. Sé también que se esconden en el sistema muchos elementos de engaño y
de desengaño ante el mismo. Pero, ahí está, para nuestro uso y para su perfeccionamiento.
He visto imágenes de colegios
electorales llenos de gentes de todo tipo, he sentido emoción ante las palabras
de electores con discapacidades que mostraban su alegría ante el hecho de
sentirse como los demás, he observado cómo en algún pueblo pequeño el acto es
casi como una reunión en torno de una mesa, he advertido con pena de qué manera
alguna persona de mesa negaba el saludo a alguno de los líderes mientras votaba…
Son miles las variantes que se conjugan en un día como este. Y todas son
importantes, aunque el conjunto las supere. Incluso la variante de la
abstención, porque es índice de otras actitudes que también cuentan en el día a
día de la comunidad.
Estas pocas variantes que he
señalado y otras muchísimas más son sumadas y ofrecen, en el recuento final, un
perfil preciso de lo que quiere la comunidad mirando hacia el futuro. Ninguna
debería ser rechazada de antemano pues responde siempre a alguna inquietud o a
alguna forma de pensar de un grupo de ciudadanos.
Por eso, la gestión posterior no
debería ser nunca excluyente, pues hay que hacer gobernable a la comunidad.
Habrá vencedores y perdedores en el recuento numérico, por supuesto; pero el análisis
que se quede en ese nivel no merece ser tenido en cuenta por quien quiere
mirada alta y común. Las formaciones políticas que de antemano se niegan a
buscar fórmulas de entendimiento con los rivales no juegan a la mejora de la
comunidad, sino a la contienda de ganadores y de perdedores, de buenos y malos,
de mejores y peores, de espadas en alto y cadáveres por el suelo. Y así no.
Esto no es una batalla. Es una contienda de ideas que quieren aportar fórmulas
de mejora y que esperan sugerencias de las demás ideas para perfeccionar la
propia visión de las cosas.
En esta visión, no se me alcanza
qué misión y qué importancia pueden tener eso que llaman líderes, pero me
parece que más bien poca. Sobre todo si esos líderes lo son como mandamases de
una tropa de enajenados que no son capaces ni de levantar la cabeza ante ellos.
Pero no quiero abrir el melón de las deficiencias de la democracia porque hoy
quiero verla moza bien lozana y garrida, o como joven gallardo y atractivo. De
otra manera me vengo abajo y no es plan.
Así que aquí lo dejo para volver
a Mozart en su Divertimento. Y en mi
divertimento mental, dándole vueltas a esa cosa tan poliédrica que llamamos
democracia, que hoy está de fiesta mayor y de procesión cívica por todas las
calles y plazas de España.
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