Se terminó la Semana Santa. El
tiempo lo devora todo a mayor velocidad que como lo hace el fuego y ya estamos
metidos de hoz y coz en la segunda semana de la campaña electoral. ¡En la
segunda y última! Qué gozada, y yo sin casi enterarme de nada. No soy yo de los
que desprecio el hecho político y sus variables, pero esta campaña me tiene
alejado totalmente, a la vista de insultos, descalificaciones y simplezas. Como
si no supiéramos de qué pie cojea cada uno.
Yo quería, sin embargo, detenerme
un poco en otro asunto que ha coincidido cronológicamente con la Semana Santa y
que tal vez no esté tan alejado de ella.
He asistido al funeral de un
pariente en una iglesia de esta ciudad estrecha. Ambiente de tristeza, como
corresponde a la despedida de alguien querido. En medio de la ceremonia, el
sacerdote se descuelga con un breve sermón en el que trata de explicar el
sentido de la resurrección de Cristo y su entrada en el cielo, adonde lleva a
todos los fieles con él. Bueno, es el sentido positivo de la religión
cristiana, el de la promesa de la vida eterna. Por ahí su valor de consuelo y
su asidero a un sentido de la existencia.
Pero, atención, y voy a tratar de
no añadir ni una coma a lo que allí se dijo y oyeron mis orejitas: En la muerte
de Cristo, este bajó a los infiernos para abrirlos. Mientras, el cielo estaba
cerrado. El infierno tiene dos partes: el infierno superior y el inferior. En
la parte inferior estaban y están los condenados para la eternidad. En el
infierno superior, están los justos que habían muerto antes de Cristo. También
se llamó a este lugar el abismo. Allí estaba, por ejemplo, también san José,
padre de Jesús. El primero que entró en el cielo fue Dimas (el buen ladrón)…
Lo cierto es que, debido al día,
el sermón fue muy breve. Menos mal. Juro que no agoto la lista de barbaridades
que se ensartaron en unos minutos. La cortesía familiar me impidió levantarme y
salir huyendo de allí. El sermoncito me dejó traumatizado para todo el día.
Incluso creo que aún no me he repuesto. Advierto de que no se trataba de
ninguna metáfora, ni fábula, ni parábola, sino de una descripción espacial casi medida con metro y
cartabón.
De modo que un infierno con
pisos, unos mejor acondicionados que otros. Gentes aguantando la llegada salvadora
y mientras tanto a la lumbre y al fuego. Listas guardando cola para entrar en
el cielo… Qué barbaridad. Yo creo que, si aquello dura algo más, nos ponemos
todos en fila para no perder la vez.
Alguien me decía al salir del
templo algo así: Si este sujeto no cree en lo que dice, es un estafador de tomo
y lomo; si cree en lo que afirma, es un corto de mente (no quiero reproducir
con exactitud la palabra empleada) irrecuperable. Lo suscribo.
Como sucede siempre, una
golondrina no hace verano. Pero esa golondrina vuela siempre en el mismo
trayecto circular y se adivina un mundillo parroquial para asustados y muertos
de miedo. No puede ser de otra manera. Por eso, lo que importa no es el hecho
concreto, sino lo que este simboliza y lo que esconde detrás. ¿Por qué asustan
y asustan y asustan? ¿Quién puede imaginar un dios castigador, con fuegos,
eternidades y bobadas semejantes? Esto parece algo así como la religión para
tontos o borregos, que es lo mismo. Siempre he pensado que los primeros que tenían
que levantarse a voz en grito son los propios cristianos, porque esto no hace más
que espantar a cualquiera e invitarle a salir corriendo de todo ese mundo. La
realidad muestra que todavía existe un grupo grande que comulga con estas
ruedas de molino. Y esto es aún peor y desconsuela todavía más porque la solución
así resulta más difícil. Como todo hecho tiene sus causas, no es lo mejor
tirarlo todo por la borda, sino analizar por qué se produce. Buen tema para ir
al rincón de pensar. Cada uno dirá.
No hay comentarios:
Publicar un comentario