Cada vez con más frecuencia -y
tal vez con más atención-, cada día, cuando salgo a la calle, procuro repasar
el listado de esquelas que se pega en los paneles. Seguro que hay razones
biológicas para ello, aunque prefiero no indagar hoy en motivos personales, que
es viernes, empieza el fin de semana y no es cuestión de ponerle mala cara, a
pesar de esta visita inesperada y tardía de la nieve a las calles y a los
montes.
El caso es que me topo con
nombres de personas a las que unas veces conozco y otras más apenas me dicen nada.
Pero todas guardan respecto de mí y de los demás un elemento común. Es este:
para ellos la muerte se produce ese día y nunca más; para mí y para los demás
su muerte se va dejando ver cada día y cada hora. Lo hace en un adiós o en una
mirada, en una voz que se calla o en un encuentro fortuito, en un recuerdo o en
un olvido… Se acaba el hecho concreto y acaso ya no se vuelven a producir nunca
más otros nuevos. Es como si se alejaran un poco de nosotros y se cortara la
comunicación sin saber si el circuito se va o no a restablecer.
Para nosotros con nosotros mismos,
en cambio, la vida se afirma cada día, cargamos con la realidad del pasado (en
eso consisten la madurez y la vejez) y es este pasado el que, en última
instancia, va conformando nuestro día a día. Vivimos desde el recuerdo y el
hilo no deja de tejerse y de urdirse con todos los elementos. Mientras estamos
haciendo una compra, la muerte acecha tal vez detrás del mostrador, sin
siquiera saludarnos; mientras vemos la tele en el salón, puede que ande tras de
la puerta o en los pasillos, silenciosa y oscura. Pero nosotros le damos de lado
para poder seguir viviendo; aunque habite a nuestro lado, no la sentimos como
vecina. Solo cuando se encapricha aparece de repente y actúa soberbia e
implacable. Ahí es donde se revela la imagen y toma cuerpo, entonces es cuando
el día se hace noche y volvemos a la oscuridad absoluta.
Porque fuimos concebidos en la
oscuridad y a ella volvemos tras un día más o menos luminoso; cerraremos los
párpados y apagaremos la memoria del pasado dando paso al campo más extenso y
misterioso que no se nos alcanza.
Cuando salgo a la calle hago
contraste y miro las esquelas. Sus nombres me contemplan y me miran, no sé si
con un guiño de despedida o con un hasta luego cómplice.
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