El libro de los libros lo
contiene todo. Por eso podemos acudir en su ayuda siempre porque no nos
defraudará. No es bueno tratar de imitarlo, pues enseguida asoma por la esquina
el ridículo y nos pinta la cara de carnaval. Es mejor dejarlo que hable y que
nos cuente.
Ayer vi también el segundo de los
debates de los candidatos políticos en las ya inmediatas elecciones del próximo
domingo. Antes y después, la insufrible parafernalia de medios, asesores,
pintamonas, comentaristas que confunden sus deseos con la realidad de los demás
y todo un espectáculo mediático que, como Deus
ex machina, produce los milagros o los niega.
Ariosto ya nos contó en su
Orlando las trifulcas de Agramante y las luchas de unos y de otros en la
conquista de París. Pero yo me quedo, como casi siempre, con nuestro Cervantes
inmortal.
Estamos en el capítulo XLV de la
primera parte. En la venta se han juntado gentes de todas partes y condiciones,
y aquello termina por parecer el camarote de los hermanos Marx. Se disputa
acerca de la verdadera naturaleza de aquello que o era bacía o era yelmo, y de
aquello otro que tenía que quedar como albarda o jaez. Qué alboroto, por Dios,
qué algarabía, qué bullicio, qué griterío, qué gresca, qué riña, qué bulla, qué
jaleo…, qué empeño interesado en torcer todo para hacer ver cada uno lo que conviene a sus
intereses.
Qué hablen los interesados:
“!Válame, Dios –dijo a esta sazón
el barbero burlado-. ¿Que es posible que tanta gente honrada diga que esta no
es bacía, sino yelmo? Cosa parece esta que puede poner en admiración a toda una
universidad, por discreta que sea”.
“Por Dios, señores míos –dijo don
Quijote-, que son tantas y tan extrañas las cosas que en este castillo, en dos
veces que en él he alojado, han sucedido, que no me atrevo a decir
afirmativamente ninguna cosa de lo que acerca de lo que en él se contiene se
preguntare, porque imagino que cuanto en él se trata va por vía de encantamento…”
El caso
es que hay que tomar una decisión y se encarga a don Fernando que “tome los
votos”.
“-El caso es, buen hombre, que ya
yo estoy cansado de tomar tantos pareceres, porque veo que a ninguno pregunto
lo que deseo saber que no me diga que es disparate el decir que esta sea
albarda de jumento, sino jaez de caballo, y aun de caballo castizo…”
Y ya en plena trifulca: “Alzando
el lanzón (don Quijote), que nunca le dejaba de las manos, le iba a descargar
tal golpe sobre la cabeza, que, a no desviarse el cuadrillero, se le dejara allí
tendido. (…) El ventero, que era de la cuadrilla, entró al punto por su varilla
y por su espada, y se puso al lado de sus compañeros; los criados de don Luis
rodearon a don Luis, porque con el alborozo no se les fuese; el barbero, viendo
la casa revuelta, tornó a asir de su albarda, y lo mismo hizo Sancho; don
Quijote puso mano a su espada y arremetió a los cuadrilleros; don Luis daba
voces a sus criados, que le dejasen a él y acorriesen a don Quijote, y a
Cardenio y a don Fernando, que todos favorecían a don Quijote; el cura daba
voces, la ventera gritaba; su hija se afligía, Maritornes lloraba; Dorotea
estaba confusa; Luscinda, suspensa, y doña Clara, desmayada. El barbero
aporreaba a Sancho; Sancho molía al barbero; don Luis, a quien un criado suyo
se atrevió a asirle el brazo porque no se fuese, le dio una puñada que le bañó
los dientes en sangre; el oidor le defendía; don Fernando tenía debajo de sus
pies a un cuadrillero, midiéndole el cuerpo con ellos muy a su sabor; el
ventero tornó a reforzar la voz, pidiendo favor a la Santa Hermandad… De modo
que toda la venta era llantos, voces, gritos, confusiones, temores,
sobresaltos, desgracias, cuchilladas, mojicones, palos, coces y efusión de
sangre. Y en la mitad de este caos, máquina y laberinto de cosas, se le
representó en la memoria de don Quijote que se veía metido de hoz y coz en la
discordia del campo de Agramante…”
Pues cambiamos los nombres por
los de algunos líderes políticos, transformamos la venta en un plató de
televisión, vestimos de modernos a todos los personajes quijotescos y les
encargamos los oficios de asesores, maquilladores, presentadores, comentaristas…
y tenemos la versión moderna de ese recuerdo quijotesco del campo de Agramante.
Reniego de la equidistancia y no
creo que todos los personajes aludidos se comportaran de la misma forma. Pero
la labor de diferenciar y de decidir es ya de cada uno de nosotros. A ello.
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