LENTAMENTE, LA VIDA
El
invierno se despereza y parece empezar a dejar atrás el sueño de su frío, de
sus vientos y de sus nieves. Mientras esto se produce lentamente, la naturaleza
sigue acogiendo en su seno los restos tanto del más pequeño de los animales
como del conjunto de seres humanos que se funden con ella. Todo parece que le
es indiferente, que no la roza, que no altera sus venas.
Los
rayos del sol ponen tibia la faz de la mañana. Me escapo en cuanto puedo a
gozar de la luz y a respirar el aire de La Cerrallana. Es atalaya hermosa y
despejada, lejana de cualquier aglomeración, expuesta a la luz y a la libertad.
Por ese cerro llano paseo sin ningún cuidado, miro de frente las cimas y las
laderas de la sierra, observo cómo viene el horizonte, casi alcanzo los Picos
de Valdesangil, me da para saludar la cercanía del pueblo, escucho el ruido de
los vehículos, que pasan sin cesar por esta autovía del oeste…, y respiro,
respiro y respiro hasta llenar con calma mis pulmones.
La
sierra sigue blanca, pero algo desconchada: las lluvias la han lavado y le han
sacado los colores a la cara. Pero esos colores, en invierno, son oscuros, casi
negros. En cuanto un rayo de sol consigue traspasar las nubes altas, comienza
la batalla entre la nieve y el suelo. Las nubes cubren peñas o desnudan
laderas. Las fuentes ya no guardan sus barbas de hielo, pues se han deshecho en
agua. Cualquier llanura acoge los restos de la lluvia. Los ríos y regatos rugen
y gravitan sobre las hondonadas que han forjado sus cauces. El agua viene brava
y cantarina. El complejo deportivo que ocupa todo el espacio se sume en el
silencio y las piscinas son agua reposada y en olvido.
A los
lados del amplio paseo, la primavera apunta sus primeros vagidos. Hay flores ya
crecidas en todo el altozano, margaritas surgidas en busca de la vida; y
apuntan bien hermosas. Son las primeras muestras, heraldos de otros días
cargados de verdores.
Pero son
solo ellas allí arriba, lejos del territorio del almendro, cuajado ya en las
zonas de solana. Los árboles apenas si apuntan diminutos brotes que aún ni
siquiera son botones; andan todos perdidos en sus troncos y en sus ramas,
centinelas cansados del invierno, oscuros y vestidos con el traje de soldados
de guardia. Las ramas de los robles aún conservan sus hojas, ya sin fuerza y
oscuras, del ciclo ya pasado y esperan que otras nuevas las empujen hasta el
nivel del suelo. La tierra está empapada por las lluvias y muy pronto hará
mezcla con el sol y sus rayos para crear la vida. Esto es ladera sur y el suelo
ya verdea. Se empiezan a escuchar algunos trinos de pájaros tempranos que se
asoman a husmear qué se cuece día a día…
Así el
paisaje todo va tomando un aspecto de débil sonrisa de niño que se anima a dar
sus primeros pasos y a apuntalar su confianza.
Paseo de
este a oeste y vuelvo a caminar de oeste a este. El panorama entero se me
ofrece con cara de suspenso y de extrañeza. Acaso sea la mía, mi cara, la que
se sienta pobre y desvalida. La naturaleza sigue su curso imperturbable sin
saber si la miro y me complace, o si la considero mi enemiga. ¿Me mirará a mí
ella? ¿Se sentirá mi amiga o mi enemiga? Formo parte de ella, una mínima parte,
que aspira a la conciencia general en la que cabe todo lo que sucede y pasa.
Ese todo infinito me habla a veces; otras veces me ignora, simplemente. Hay
mucho que aprender de sus lecciones. Me siento tan pequeño e ignorante…
1 comentario:
Qué bonita descripción de todo lo que pasa y de todo lo que está por llegar.
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