Con frecuencia sostengo que lo más particular termina siendo lo más
universal. Un beso, un abrazo o una mirada atravesada pueden ser el resumen de
toda la evolución humana. No descubro ningún Mediterráneo con ello: otros lo
han proclamado antes. Tal vez por ello, no está mal que cada cual atienda a sí
mismo y a lo más inmediato como fórmula menos mala para hacer andar y mejorar
un poco a la comunidad y al mundo.
Pero, como cada afirmación tiene como centinela a su contraria, tampoco
es bueno olvidarse de aquella otra que reza así: con frecuencia, el árbol no nos deja ver el bosque.
Yo creo que, en los tiempos que corren, es más disculpable que cada uno
mire para sí mismo, que achique los espacios y que se ponga el parapeto de la
defensa personal. Cómo no va a ser disculpable… Aunque quizá también sea
precisamente un contexto propicio para levantar la vista y ver más allá de
nuestras propias narices.
Ando estos últimos días engolfado en la lectura de la obra Sapiens. De animales a dioses. La firma
Yubal Noah Harari. En cerca de 500 páginas describe un recorrido que empieza en
el siempre impreciso comienzo de la vida y avanza por varias revoluciones
(cognitiva, agrícola, geográfica, científica y tecnológca) hasta llegar al
momento actual en el devenir del ser humano.
Creo que, en realidad, no añade nada que los especialistas en cada una de
las etapas no conozcan. Pero una descripción general tan completa termina por
ser reveladora para el que quiera alzar la vista y darse un paseo panorámico por
ese recorrido vital tan poliédrico y desigual. Por utilizar una imagen del más
rabioso presente, es como si a una persona con síntomas de catarro lo llevan a
conocer la situación general en un hospital. Se le quitan los males en un
momento.
Me ha interesado especialmente la reflexión que se hace en el paso de la
etapa de seres cazadores recolectores preagrícolas a la de agricultores
sedentarios. Siempre había considerado un avance espectacular el hecho de que
las comunidades se asentaran y comenzaran a cultivar y a explotar terrenos. El
asunto no es ni mucho menos tan sencillo y acarrea una serie casi infinita de
consecuencias, no todas tan favorables precisamente como se podría pensar:
cambios biológicos y fisiológicos en los humanos, reducción de especies
animales y vegetales, cambios climáticos, nuevas relaciones de grupo…
La consecuencia última es que, una vez comenzada la revolución agrícola y
los asentamientos, nada podía volver atrás, pues la población se disparó y ya
no era posible de ningún modo volver al pasado. Desde entonces, tal proceso no
ha hecho más que acentuarse.
Las consideraciones dan para más de una tarde en el entorno de una mesa.
Pero nadie podría discutir que esta sí que es una cuestión que nos supera en
nuestras preocupaciones diarias. Nos engañaríamos si pensáramos que esto no va
con nosotros. Somos consecuencia y resumen de lo que ha pasado. También, por
desgracia, en lo que a la pandemia se refiere. Puede causar extrañeza si
afirmamos que la existencia de las religiones, o de los imperios, o de las filosofías
tienen que ver con este hecho fundamental del cambio de vida hacia el
sedentarismo y el cultivo. Pues hay mucho de cierto en ello. Como de tantas
otras cosas, que hoy nos parecen normales y casi como llovidas del cielo.
Desarrollar estas ideas conlleva una extensión que aquí nos sobrepasa. Me
sucede casi a diario en esta ventana, donde propongo lo que, en un ensayo sería
algo así como el apartado de conclusiones y que vendría a representar todo el
desarrollo, con hipótesis, citas, pies de página, comparaciones y todo el
aparato académico de rigor. Soy consciente de ello y sé a qué me expongo. No
tiene importancia. Lo que importa es el bosque, no el monte bajo y la maleza.
En todo caso, se vuelve a presentar como gota malaya la certeza de que
somos muchos en este pequeño planeta. Y la de que hay que aprender a convivir, primero
entre nosotros mismos, desnudándonos de tantas preocupaciones nimias; y, a la
vez, con el resto de elementos que lo conforman, o nos iremos al abismo sin
remedio.
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