“QUIETOS TODO EL MUNDO”
La memoria aviva los
recuerdos, aunque los trae un poco a su antojo y deformados con el paso del
tiempo. Hay cifras redondas que casi obligan a echar la vista atrás y a sumarte
al coro de las voces que gritan que no se te vaya a olvidar lo que sucedió tal
o cual día de tal año.
Hoy le toca el turno a
los cuarenta años del golpe de Estado. 23 F. Tejero, con un grupo de guardias
civiles, entra en el Congreso, pistola en mano, y, desde lo más alto de la
tribuna, enseñando su pistolón ante los diputados, sorprendidos y desarmados,
suelta su frase lapidaria: Se sienten,
coño. Y los empujones, y los disparos al techo, y las fanfarronadas de
Miláns, y… Todo un festejo durante casi veinte horas. ¡Un golpe de Estado
televisado en directo para todo el mundo! Ni en las mejores películas.
Se han escrito miles de
páginas y se ha gastado mucha saliva hablando de aquellos sucesos. Creo que aún
quedan datos sin cuadrar. La gravedad de todo aquello no se puede discutir…
Pero yo ya lo tengo en el
saco del semiolvido. Me pasa con todo lo que no tiene una oreja por dónde
cogerlo (por no haber de do le hasga)
para dejárselas coloradas y muerto de vergüenza. Por eso no me detengo en
disquisiciones, que son tan obvias, por otra parte.
Tengo que reconocer que
lo que más indignación me causó desde el primer momento -además, por supuesto,
de lo que quería ser una ruptura de la voluntad popular- fue la chapuza que
veía en el televisor. Un pobre imbécil con el
mundo en la oquedad de su cabeza, con la única fuerza de un pistolón y una
cara de salvador iluminado, dando voces al tendido y empujones a todo el que se
ponía en pie, y con esa limpieza, timbre de voz y dominio extraordinario del
idioma propio de los grandes oradores, ejemplo de sapiencia y luz de claridad y
de agilidad intelectual vociferando: "Quietos todo el mundo". "Quítate
de ahí". "¡Al suelo, al suelo, quietos todo el mundo! Y ya mirando al
cielo, como si esperara la llegada del Espíritu Santo. Desde entonces nadie
habrá superado un parlamento tan brillante en el Congreso; y mira que muchos lo
han intentado.
Imbécil, estúpido, cretino, analfabeto,
talibán, zafio, salvapatrias…
Me gustaría saber qué poso de lecturas
tenían todos los cabecillas de la trama, cuáles eran sus aportaciones mentales
para la convivencia de la comunidad, qué razonamientos se les conocían en
cualquier ámbito intelectual… Sospecho que de todo ello andaban muy escasitos.
Claro que, para creerse salvador de la
patria, tal vez se necesite precisamente no hurgar mucho en los conceptos y en
las verdades, siempre tan poliédricas y tan lejos de las exclusiones y de los
maniqueísmos; basta con engancharse a una verdad absoluta y cegarse en ella y
con ella. Y ya todo exclusiones,
mamporros, milagros a gogó, sacapechos y seguridades de estar salvando a la
pobre humanidad de la catástrofe y de las garras del mal. Pobrecitos.
¿Es mucho pedir que, si uno se pone a hacer
una cosa, al menos lo intente con un poco de elegancia y de buen parecer?
Porque, a ver si nos enteramos de una vez: Las cosas, o se hacen bien, o no se
hacen. ¿Me se entiende, coño?
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