lunes, 1 de febrero de 2021

INCIERTO DESCONCIERTO

INCIERTO DESCONCIERTO

Me siento en desconcierto y alineado con un comportamiento desigual La sociedad sigue asustada, como yo lo estoy también. Pero la actividad sigue y nada se para. La vida se renueva y hace paradas drásticas en muchas personas que no saben de qué manera dar de lado a la muerte.

Pero, mientras muchos salen y viven, se enfrentan a la vida y a los dolores de la pandemia, yo me quedo en casa. Y quisiera ser también -al menos por un rato- el sanitario de hospital o de centro de atención primaria, tendría que no estar alejado de las enfermeras que acarician la piel de aquellos que no tienen otro contacto humano, debería ser también otro docente tratando de ordenar en una clase el empuje de la vida en los alumnos, o el conductor de un autobús del que sube y baja gente, o ser viajero en el metro de una gran ciudad en hora punta, o cuidador de una residencia de ancianos, o cajero de un supermercado, o acaso camarero en un lugar en el que los clientes no atienden a razones, o…

Y, sin embargo, estoy aquí encerrado, mirando cada día en mi terraza cómo amanece el día y cómo dice adiós cuando anochece, saliendo casi a escondidas hacia algún lugar distante en el que dar un paseo tranquilo al amparo del sol tibio, mientras me llegan noticias de tantos casos dolorosos, de tantos sinsabores, de tanta desesperanza. Hasta estoy enfadado por haber iniciado unas obras en casa, en estos días confusos. Confieso que guardo las distancias, pero no ando seguro ni por esas y hasta me tacho de imprudente por no haber sabido parar y dejarlo todo hasta mejores días.

Por lo demás, mis ratos pasan lentos entre páginas de tipo filosófico, mezcladas con novelas y relatos más livianos, pespunteando palabras y párrafos que dejen constancia de mis días y de mis horas; no sé, com alejado de la cruda realidad del presente y tratando de dar cuerpo a aquel dicho que reza ojos que no ven, corazón que no siente.

Aunque sé que me engaño porque quiero engañarme y así podría llegar a pensar que no reconozco lo que sucede a mi alrededor y lejos de mí también. De ello se deriva un como tufillo de mala conciencia que no sé cómo tornarla en sensación de armonía y de tranquilidad.

Hoy he deshojado un par de ensayos de Leibniz. Mónadas, metafísica y filosofía por todas las esquinas. Y la muerte acechando en cualquier puerta. Y esa sensación de miedo y de congoja en cada sitio. Y las cifras continuas engordando estadísticas.

No tengo muy buen cuerpo. A ver si la noche y el sueño me serenan y me animan a aceptar lo diverso y, a pesar de todo, hermoso de la vida.

1 comentario:

mojadopapel dijo...

La vida es hermosa y sabía, nos da oportunidad de vivirla según nuestro libre albedrío, hacemos bien en protegernos porque sabemos que somos población de riesgo, no te sientas por ello culpable, es una actitud responsable ante la propia vida y ante la vida de los demás...y si te das cuenta, no haces más cosas distintas de las que ya hacías,salvo
mirar al que no es conviviente con desconfianza.
Tampoco tienes que sentirte mal porque no ejerces una actividad de responsabilidad social, ya la has ejercido, y estás en tiempo meritorio de jubilación jubilosa. Sólo nos faltan los abrazos y los besos de los que queremos pero tenemos la suerte de que todos están y llegará el tiempo de recuperar la sonrisa y los besos que no damos. Yo me siento una privilegiada porque todavía no me ha tocado la muerte de cerca, digo en mi familia y allegados, aunque bien cerquita ha estado, y tenemos la obligación de resistir y poner al mal tiempo buena cara, y en la parte que a tí te toca...pues, seguir escribiendo como lo haces, haciéndonos reflexionar y disfrutar de tu lectura,estándo ahí responsablemente y guardando la sonrisa que nos merecemos cuando volvamos a vernos.