PANDEMIAS
Se termina un puente largo, cinco días, que ya
anuncia el próximo fin de año, ahí, a la vuelta de la esquina. Las imágenes que
uno puede ver en directo o a través de los medios muestran aglomeraciones por
todas partes, calles llenas a rebosar y terrazas sin un sitio libre.
Seguimos en una nueva ola de esta pandemia que
no cesa ni tiene intenciones de dejarnos de una vez en paz. Y yo sigo sin
entender casi nada. Parece que la comunidad ha hecho suya la situación y la ha
integrado como un elemento más en sus costumbres.
Lo peor es que da la impresión de que las aglomeraciones
se ocasionan en actividades absolutamente prescindibles. Las más numerosas se
producen en las proximidades de los centros comerciales y en los lugares de
ocio. Ningún obstáculo parece suficientemente importante como para evitar una
compra o para beber y bailar sin medida.
No se trata de otra cosa que de la deposición
de una escala de valores en la que están instaladas las sociedades
occidentales. Por una compra se mata, por una copa se lucha, por una pretendida
libertad se deja uno morir si es preciso.
¿Y el sentido comunitario?, ¿y la salud de los
demás?, ¿y las recomendaciones de los sanitarios y de los científicos? ¿Hay por
ahí alguna idea escondida que tienda al absoluto, a la generalidad, a la
permanencia? ¿Cómo podemos fiarnos unos de otros en este contexto? ¿Hasta qué
punto podemos exigir de la comunidad prestaciones si no le ofrecemos nada desde
nuestra individualidad?
Porque seguimos queriendo una buena sanidad,
unos servicios públicos generosos y un estado social del que nos aprovechemos.
Somos muchos en este pequeño planeta, más de
siete mil millones. El individuo aislado no existe y solo se define en relación
con todos los demás. La libertad individual es una filfa y apenas se mantiene
como concepto, pues termina cuando y donde empieza la de todos esos más de
siete mil millones de semejantes. De hecho, quienes más la invocan son los que
poseen más medios personales en espacios y dineros.
Hoy las calles y las carreteras parecen
procesionarias del pino siguiendo la estela del que va delante, sin saber muy
bien y sin preguntarse hacia dónde hay que dirigirse ni qué fin justifica lo
que estemos haciendo, porque todo es salir y seguir lo que manden las modas.
Parecemos una pandemia paralela a la del virus.
Y sospecho que más permanente y duradera, pues no se sospecha que se trabaje en
alguna vacuna que la haga desaparecer, sino todo lo contrario.
Vaya por Dios.
1 comentario:
Somos pandemia, y además ignorantes, y lo peor, esto va a más.
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