miércoles, 8 de diciembre de 2021

PANDEMIAS

PANDEMIAS

Se termina un puente largo, cinco días, que ya anuncia el próximo fin de año, ahí, a la vuelta de la esquina. Las imágenes que uno puede ver en directo o a través de los medios muestran aglomeraciones por todas partes, calles llenas a rebosar y terrazas sin un sitio libre.

Seguimos en una nueva ola de esta pandemia que no cesa ni tiene intenciones de dejarnos de una vez en paz. Y yo sigo sin entender casi nada. Parece que la comunidad ha hecho suya la situación y la ha integrado como un elemento más en sus costumbres.

Lo peor es que da la impresión de que las aglomeraciones se ocasionan en actividades absolutamente prescindibles. Las más numerosas se producen en las proximidades de los centros comerciales y en los lugares de ocio. Ningún obstáculo parece suficientemente importante como para evitar una compra o para beber y bailar sin medida.

No se trata de otra cosa que de la deposición de una escala de valores en la que están instaladas las sociedades occidentales. Por una compra se mata, por una copa se lucha, por una pretendida libertad se deja uno morir si es preciso.

¿Y el sentido comunitario?, ¿y la salud de los demás?, ¿y las recomendaciones de los sanitarios y de los científicos? ¿Hay por ahí alguna idea escondida que tienda al absoluto, a la generalidad, a la permanencia? ¿Cómo podemos fiarnos unos de otros en este contexto? ¿Hasta qué punto podemos exigir de la comunidad prestaciones si no le ofrecemos nada desde nuestra individualidad?

Porque seguimos queriendo una buena sanidad, unos servicios públicos generosos y un estado social del que nos aprovechemos.

Somos muchos en este pequeño planeta, más de siete mil millones. El individuo aislado no existe y solo se define en relación con todos los demás. La libertad individual es una filfa y apenas se mantiene como concepto, pues termina cuando y donde empieza la de todos esos más de siete mil millones de semejantes. De hecho, quienes más la invocan son los que poseen más medios personales en espacios y dineros.

Hoy las calles y las carreteras parecen procesionarias del pino siguiendo la estela del que va delante, sin saber muy bien y sin preguntarse hacia dónde hay que dirigirse ni qué fin justifica lo que estemos haciendo, porque todo es salir y seguir lo que manden las modas.

Parecemos una pandemia paralela a la del virus. Y sospecho que más permanente y duradera, pues no se sospecha que se trabaje en alguna vacuna que la haga desaparecer, sino todo lo contrario.

Vaya por Dios.

1 comentario:

mojadopapel dijo...

Somos pandemia, y además ignorantes, y lo peor, esto va a más.