ASESORES
Escribo estas líneas un día de los que menos se
repiten, pues lo hace solo cada cuatro años, los años bisiestos, esos que se
añaden para dar algo más de exactitud a lo que llamamos tiempo y que ciframos
en los calendarios.
Pero lo que se repite más que la morcilla o el ajo es
la situación social y política descolocada en la que vivimos. Día sí y día
también, asistimos al conocimiento de hechos que nos sonrojan a todos (¿a
todos?) y que empujan con fuerza a la desconexión y a la desconfianza en la
vida social y en la participación, o sea, al desencanto.
Resulta que han pillado a un asesor de José Luis
Ábalos, antiguo ministro socialista y secretario de organización del PSOE. El
susodicho asesor es un tal Koldo y ha caído con las manos en la masa del
tráfico de influencias y del aprovechamiento millonario nada menos que de
mascarillas en tiempos de pandemia. Caso gravísimo este por la cantidad, por el
aprovechamiento del tráfico de influencias en días tan complicados para todos y
por la catadura del aprovechado. El exministro se ha negado a dimitir como
diputado y el revuelo es general, la derecha política tiene carne para rato y a
ese bocado se agarrará con uñas y dientes. Se le olvida todo lo que le cuelga a
ella, pero así son las cosas.
A mí, en forma de guion como siempre, se me ocurren
estas consideraciones:
1.- Las responsabilidades políticas son distintas a
las judiciales y, como tales, hay que tratarlas.
2.- Este es un caso flagrante de responsabilidad
política en eso que técnicamente se llama in eligendo e in vigilando (dos
latinajos sencillos). Vamos, que el exministro se tenía que haber enterado de
la que estaban preparando sus allegados y gente de confianza.
3.- Que el exministro, en consecuencia, debería haber
dimitido.
4.- Que, en términos generales, nadie sabe dónde hay
que poner los límites de la gente de la que hay que responder, en la elección y
en la vigilancia. Si partimos, por ejemplo, de un ministro, ¿cuál es el último
escalón en el que decae la responsabilidad? ¿Los secretarios de Estado, los
subsecretarios, los directores generales… el último empleado del ministerio?
Nadie lo ha cifrado nunca porque nadie sabe hacerlo. Esta indefinición la
aprovechan todos para arrimar el ascua a su sardina, según les vengan dadas.
Aunque este caso sea claro, conviene no hacer leña del árbol caído, porque nos
podemos quemar si actuamos con analogía.
5.- Caer en la tentación de la corrupción no tiene
partidos, porque su partido lo son todos: se trata, casi siempre, de actos
individuales. Lo importante es la reacción ante esos hechos. Cualquiera puede
observar de qué manera tan diferente actúan los partidos de izquierda y los de
derecha. Los niveles de exigencia ni se parecen siquiera. También en esto se
exige mucho más a las gentes de izquierda que a las de derecha. En este
apartado de las exigencias éticas, que no judiciales, conviene tentarse las
ropas porque intervienen muchas variables: presunción de inocencia, compañerismo,
militancia, trayectoria, corresponsabilidad, exposición y juicios públicos,
indefensión y hasta compasión. Mucho que decir y que considerar.
6.- El tal Koldo (así se llama el asesor implicado)
resulta ser un empleado de un local digamos, por utilizar un eufemismo, de
dudosa reputación. Pues desde ahí, sin que le conozcamos mejor ni mayor
preparación, ni moral ni académica, hasta el puesto nada menos que de consejero
de un ministro. Ahí es nada. Si esto pasa en los ministerios, ¿qué no habrá en
niveles políticos y administrativos de más bajo nivel? Piénsese en
diputaciones, ayuntamientos… Y nos sale lo que vemos día sí y día también. Por
ejemplo, quienes viven en Béjar, esta ciudad estrecha en la que me voy haciendo
viejo, bien lo pueden comprobar o lo están comprobando con el alcalde actual. Y
no digo más. En un sistema democrático, todos son elegibles, pero algún filtro
habría que pasar, en formación y en intenciones. ¿O las ideologías surgen de la
nada y se puede apuntar cualquiera? ¿O acaso es que no hay ideologías? ¿Pero
qué nivel es este? En fin… Luego vienen las fidelidades forzadas, los silencios
ominosos y las lealtades inquebrantables de otros tiempos…
7.- Las consecuencias de todos estos actos tienen un
gran alcance, pues producen eso que llamamos desencanto y que lleva a la
desafección y al alejamiento de los ciudadanos de sus representantes públicos y
de la vida social en general; sobre todo de los más preparados. ¿Qué le vas a
decir ahora a tanta gente cargada de formación y de buena voluntad a la vista
de los puestos, del poder y de la influencia del portero de locales de escasa
reputación? ¿Qué escala de valores dibuja todo esto? ¿Qué fuerza tenemos, así, para
criticar otras situaciones, si las estamos promoviendo con estos ejemplos?
8.- Aspiro, como siempre, a que la consideración parta
de un ejemplo concreto, pero a que se extienda a todos los que pululan por la
actualidad. Este es escandaloso, pero mucho menos que otros. En cantidad y en
calidad.
La anécdota no nos debe cegar, sino llevarnos a la
categoría. Cada uno puede ejemplificar como quiera.
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