lunes, 11 de marzo de 2024

REALIDAD / LENGUA

 REALIDAD / LENGUA

Resulta una perogrullada afirmar que las palabras dan vida a la realidad, una vida pobre y con aristas, pero vida, al fin y al cabo. La realidad y la lengua se necesitan y terminan por ser elementos complementarios; como vender y comprar, o interno y externo. Cuando la realidad se reestructura, la lengua también lo hace. Y al revés sucede lo mismo: la lengua obliga a revestirse con nuevos ropajes a la realidad.

Esta realidad tan cuarteada y tan líquida en la que vivimos trae consigo el salto a la moda y a las pasarelas del uso de palabras que se acomodan a esos usos cambiantes. El posmodernismo y la fuga de conceptos absolutos crean un buen caldo de cultivo para ello.

A la palabra EMPATÍA le ha tocado el turno de uso común y extendido y anda en boca de medio mundo para expresar, según la RAE, «identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo de otro». El término se une, en familia de sinónimos, a todo un ejército de palabras, pero la bandera la lleva él: hoy hay que empatizar con todo el mundo si uno quiere dejar huella en la comunidad y hacer la comunicación más fácil y productiva.

A su lado caminan otras que tienen peor cartel y menos seguidores. SIMPATÍA, «inclinación afectiva entre personas, generalmente espontánea y mutua». O COMPASIÓN, «sentimiento de pena, de ternura y de identificación ante los males de alguien».

A simple vista se observa que las tres tienen origen común en sympátheia griega o sympathia latina, que tanto monta. No hay más que añadir los prefijos correspondientes (em-, sim-, cum-) y todo está cumplido. O sea, que hay que “padecer” para ser simpático, para tener empatía o para mostrar compasión.

Algo más complicado se presenta el asunto de los significados. Porque no es lo mismo ser simpático que empático o compasivo. Así, la simpatía es una expresión de preocupación por la mala suerte de otra persona. En cambio, la empatía es la capacidad de realmente sentir lo que otra persona siente. Y, si comparamos empatía con compasión, la empatía se refiere a «nuestra capacidad de tomar perspectiva y sentir las emociones de otra persona; mientras que, en la compasión (concepto introducido por el cristianismo), esos sentimientos y pensamientos incluyen el deseo de ayudar al otro. Ante este panorama etimológico, uno puede preguntarse qué es lo que hay que practicar realmente, la empatía, la simpatía o la compasión.

Pue, si uno quiere andar a la moda, o sea, practicar lo que se lleva; es decir, plegarse a los usos comunes que merecen más aplauso, debe subirse al carro de la empatía. El éxito viaja con la empatía. En política, por ejemplo, se empatiza bailando la sardana o la jota, por más que a uno no le guste ni la una ni la otra.

Si el medio en el que uno se quiere detener es en el de la simpatía, debe mostrarse con naturalidad y atenerse a las consecuencias de caer o no simpático a los demás.

Cuidado habría que tener con eso de la compasión porque te pueden tomar por un sacapechos que anda por ahí perdonando la vida a otros pobrecitos a los que les da una limosna para matar el gusanillo de la caridad. Compasión es una palabra preciosa, pero ha perdido la batalla de la relación de igual a igual, padeciendo en común, en lo bueno y en lo malo. Y lo ha perdido tanto en el sentido religioso como en el civil y social.

Tengo la impresión de que, socialmente, en el vértice de la pirámide y en positivo se halla empatía; más abajo simpatía, y por el fondo compasión. Exactamente al revés de lo que indican su etimología y sus significados originarios.

La realidad social obliga a modificar la lengua. La lengua lo hace al revés también. En este caso y para mal, la batalla la ha ganado la imposición social. Pena.

Pero esto es una batalla solo, y la guerra es muy larga.

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