¡QUE LLUEVA, QUE LLUEVA!
Hoy es día de Jueves Santo. Día de caridad. Ben-Hur en
las pantallas. Todo un clásico. En otra cadena, Lavapiés y misa solemne. Y
procesiones por todas partes.
Bueno, procesiones no, porque la meteorología no lo
permite. En mi casa han estado mis nietos hasta esta misma tarde y apenas he
podido salir a la calle con ellos. Me gusta mucho salir solo o con ellos para
tomar el aire y para acogerme al tacto de la naturaleza. Pues no ha podido ser.
Pero en casa nos hemos inventado otras actividades y hasta he enseñado un poco
a mi nieto pequeño a jugar al ajedrez. Y, claro, me he dejado ganar, como
mandan las leyes familiares.
Para el resto de semana, de Semana Santa, se anuncian
lluvias. Muchas procesiones ya han sido suspendidas. Otras lo serán en las
próximas horas. Yo mismo iba a participar en una marcha a favor de Manos
Unidas. No podrá ser. Esta lluvia… Cachis.
Pero es que repicar y andar en la procesión es algo
que todavía no se ha inventado. Y en el sentido figurado seguramente no se va a
inventar nunca. Así las cosas, por una parte, los que usaron el transporte en
busca de playa ahora andan desguarnecidos en el apartamento, sin calefacción y
añorando el rico sillón y el libro o la película de turno en su casa. Es
posible que vuelvan a casa con la cabeza alta, presumiendo de todo lo que se
quieran inventar, pero con la conciencia algo alicaída y hasta un poco hartos
de tanto regalo líquido por parte del cielo. Por otra parte, son horas de
desconsuelo y de lágrimas de cofrades, penitentes y curiosos, que se quedan con
los santos vestidos y sin sacarlos a las calles.
El asunto da para casi todo, desde la consideración
más piadosa hasta la ironía menos contenida. Alguien ha dicho que a los pasos
de Semana Santa los sacan en procesión una vez al año para que vean cómo ha
cambiado el barrio. Alguno más irreverente se sorprende de que se saquen unos simulacros
de figuras de madera revestidos y se les aclame y rece como si tuvieran vida
propia. Incluso alguien se pregunta retóricamente y se sonríe porque haya gente
que unas veces rece para que llueva y otras para lo contrario, y concluye que
tal vez es que no se dan cuenta de que lo que ocurre es que nadie los escucha
ni en una ocasión ni en otra.
Lo cierto es que, volviendo a la situación
meteorológica, parece que nunca llueve a gusto de todos. Mira que hay días para
llover a cántaros durante todo el año. Pues, hala, a llover estos días que
necesitamos secos y con buena temperatura. Como pasa otras veces, seguro que el
lunes o el martes, días en los que cada cual andará de nuevo en sus ocupaciones
diarias y en sus lugares de origen, lucirá un sol espléndido y la primavera nos
regalará un ambiente lujurioso. Esto para más INRI, que de Semana Santa se
trata.
¿Cómo ordenamos todo esto de la meteorología, de las
procesiones y de la Semana Santa? Quizás no sea fácil esa mezcla extraña de
naturaleza, de borrascas, de clima, de sequías, de degradación ambiental, de
plazas hoteleras, de economías sin sentido…, y de fe, de tradiciones, de
botellones casi místicos colectivos, de supersticiones, de hechos que se saltan
toda lógica… No, no es fácil.
Porque somos razón, pero somos antes instinto y
sensaciones, y después intereses personales y colectivos, e inteligencia puesta
al servicio de esos intereses. Y así, ordenar sensaciones, inteligencia y razón
resulta tarea complicada. A mí estos días en los que me ha hurtado la
meteorología poder gozar del espacio libre me han servido para comentar con mi
nieta lo que significan los conceptos de instinto, sensación, inteligencia y
razón, cómo se jerarquizan y con qué esfuerzos debemos aspirar a ellos. Como es
tan espabilada, aunque anda en la edad confusa de la adolescencia, creo que los
ha entendido. Ojalá los lleve a la práctica, porque son de uso continuado y
diario.
Tal vez la lluvia también nos sirva para sentarnos a
pensar un rato, para reflexionar acerca de los valores y significados de la
Semana Santa y de la necesidad de la lluvia para nuestra vida. Puede que todo
quepa si lo sabemos acordar y asentar serenamente y con la jerarquía de la
razón y el acompañamiento de la fe y de la inteligencia.
A mí me da para saludar la llegada de la lluvia y sus
beneficios. Incluso para gritar aquella vieja canción que decía «que llueva,
que llueva…»; o aquella otra cuyo estribillo rezaba «tiene que llover, tiene
que llover a cántaros». Y luego ya si eso…
1 comentario:
Dado el cielo estéril de los últimos meses, que hacía sospechar, como escribiera Borges, que la lluvia era un sueño del pasado, bienvenido el aguacero siempre y su procesión de truenos y relámpagos. Por fin bajó el paraguas, como en los poemas de Karmelo C. Iribarren. Un abrazo fuerte desde Ávila
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