CULTURA DE LA MUERTE
En esta ciudad estrecha, como en tantas otras, se han
suspendido casi todos los actos procesionales de la Semana Santa. La
meteorología adversa ha obligado a ello. Desde hace algunos años, se celebra
una representación pública de la muerte de Cristo que aquí llaman La
sentencia. También ha sido suspendida. No he asistido nunca ni tengo
especial interés en acudir a verla, pero me cuentan que cada año crece la
asistencia. No me sorprende en absoluto que así sea. Quédese al margen el
respeto a todos los que quieran hacerlo. Están en su derecho.
De la anécdota se pasa a la categoría, al observar en
qué medida se practica y se acompaña todo aquello que tiene que ver con la
muerte y qué poco, en comparación, con aquello que exalta la vida y la
resurrección. Desde el punto de vista religioso, todo debería tener como fin la
exaltación de la vida, de la resurrección, de la victoria contra la muerte, del
gozo frente a la tristeza, de la victoria frente a la derrota. Pues ya se ve
que, en las representaciones de Semana Santa, sucede todo lo contrario: la muerte,
el sufrimiento, las efigies de dolor y el ambiente de casi susto y miedo andan
por las calles, y todos los acompañantes parecen figurantes en una
representación teatral que mucho tiene de tragedia y poco o nada de comedia.
Esta cultura nuestra está cuajada de ejemplos de culto
a la muerte, somos seres para la muerte y los ejemplos se multiplican en los
ritos: Semana Santa, entierros, gallos, matanzas… Demasiados ritos en los que
la muerte anda por los pasillos y por las calles. Encajar esto en una religión
que aspira a la vida eterna a mí me cuesta mucho, acaso demasiado. Serán los
límites de mi razón. Serán.
Los sociólogos estudian todas las variables que
engloba este fenómeno de la Semana Santa, y señalan un buen puñado de ellas.
Siempre la causalidad es múltiple y conviene no extraer consecuencias absolutas
ni definitivas, porque podrán resultar falsas, o al menos incompletas. Pero el
ambiente sí parece teñido de sentido negativo y de exaltación del dolor frente
a la alegría de la vida. Y, para más sorpresa, se sitúa toda esta celebración
en los días en que la luz de la primavera nos empuja al gozo del triunfo de la
naturaleza. Será que los caminos de Dios son inescrutables. Será.
Pero tras las causas están las consecuencias, las
conclusiones que de ello podamos extraer. Y entonces se nos abre otro abanico
amplio de pensamientos y de reflexiones que apuntan, al menos en alguna de sus
variables, a una colectividad más dócil y hasta asustada, más manejable desde
todos los puntos de vista y menos dispuesta al pensamiento personal.
Que cada uno abra la ventana, mire al campo y decida.
A una de las personas que participa en la
representación de La sentencia (una gran actriz, por cierto) le expresé
una vez mi deseo de que no sentencien a nadie, sino que perdonen a todo el
mundo y animen a la concordia y a la vida gozosa y positiva. Me miró con cara
de asentimiento y me rogó que lo mirara solo como una representación artística.
No le niego tal valor ni a esta representación ni a todas las demás de las que
procesionan todos estos días. Tan solo pido entender algo que me produce
extrañeza y contradicción. Será que mi inteligencia no da para más.
Prometo seguir pensando en ello. Supongo que los demás
harán lo mismo.
Me resulta inevitable pedir auxilio a las palabras del
maestro don Antonio Machado: «Oh, no eres tú mi cantar, / no puedo cantar ni
quiero / a ese Jesús del madero, / sino al que anduvo en la mar…».
1 comentario:
Hoy me he enterado de que en un pueblo de Córdoba, más o menos como Béjar de grande, hay una aplicación de móvil sobre la muerte: quién ha fallecido, cuándo, lugar y hora del funeral, etc...
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