viernes, 23 de noviembre de 2012

SALMO DEL PERDÓN



SALMO DEL PERDÓN
He de pedir perdón por tanto desvarío,
sentarme ante el Altísimo y rogarle
que no nos tenga en cuenta
tanto sueño imposible y desviado.

Perdón, Señor, por haberte inventado
huraño y justiciero,
por haber tristemente imaginado
una historia de salvación al uso,
como si todo fuera un mal ensueño
de una tarde aburrida en tus dominios.

Perdón, Señor, por ese paraíso
en el que se prohibió la desnudez
y comenzó el castigo del trabajo,
de la preñez en culpa y en pecado,
del dolor y el castigo
para ganar el pan de cada día.

Perdón, Señor, por tanto desatino
al encauzar la vida como  el reino
donde el miedo siempre hace de las suyas
y no deja un respiro
para gozar del mundo y su dulzura.

Perdón, Señor, por el absurdo
de habernos inventado el fuego eterno,
como si todo fuera una batalla
entre buenos y malos, entre dioses
y otros dioses frustrados y malvados.

Perdón, Señor, por no haberte creado
como dios del amor y de la vida,
del placer, del deleite y de la dicha;
por haberte soñado como un padre
siempre en bronca continua con sus hijos;
por no reconocer que el cielo es todo
lo que amanece y muere con el día.

Perdón, Señor, por no implorarte
todas las tentaciones
para violar la vida a cada instante,
por separar el cielo de la tierra
y soñarte tan solo en ese cielo,
tan lejos de nosotros los humanos,
por pedirte que seas como nosotros
en aplicar la gracia del perdón
(“…como también nosotros perdonamos…”)
y rebajarte así hasta la ignominia
de ser peor que algunos de los seres,
por rogarte sin señas de vergüenza
que nos libres del mal, como si fueras
dispensador de títulos extraños
para buenos y malos,
como si todo, en fin, fuera un despiste
de un rato de cansancio
y este juego macabro y sin sentido
 de salvar a los buenos
y de mandar al resto a los infiernos
se hubiera convertido
en una pesadilla
siniestra y al servicio
de la peor verdad del ser humano.

Perdónanos, Señor, por obligarte
a matar a tu hijo
en muerte ignominiosa, cual un reo
que expía en su condena
la culpa de un mal sueño de su padre.
¡Qué condena, Señor, tan sin sentido!

Te inventaré en amor y en torrentera
por la que se desplome a borbotones
el agua del amor y la ternura.

Decreta con urgencia, te conmino,
el estado absoluto de conciencia
en un mundo feliz
y suéñanos a todos para siempre
en inmensa y feliz eternidad.

1 comentario:

mojadopapel dijo...

Seguro que Dios te perdona...y yo,también.