Seguramente sea verdad esa socorrida frase de que no hay nada totalmente blanco ni totalmente negro; posiblemente nos movemos siempre en una gama amplia de grises que nos dan un buen puñado de posibilidades de concretar el cuadro en cada instante. Por eso las opiniones diversas, las ideologías diferentes y las imprecisiones constantes. Pero es que da muchas veces la impresión de que esos grises nos sirven de falsa excusa también para justificar los colores absolutos, las opiniones sin excepciones y cualquier postura que venga bien a nuestras intenciones. Eso da lugar a la libertad de expresión, a la diversidad de opiniones, y a que casi nunca se concluya en nada, pues hemos de ser nosotros los que decidamos individualmente lo mejor y lo peor. Si supiéramos concluir con criterio, con razonamiento, con serenidad, sin dejarnos llevar por las opiniones publicadas -que no siempre coinciden felizmente con las públicas- que tanto y tan atosigantemente nos invaden, estaríamos ante una comunidad más sabia y más próspera pues su capital humano, que es el principal activo de cada comunidad, habría crecido en riqueza y en libertad.
Casi cualquier hecho de los que se producen a diario se presta a echarle una mirada poliédrica y sosegada, y en cualquier hecho encontraremos variantes que apuntan en sentidos divergentes. Todo esto queda anulado cuando lo que se observa es la falta de voluntad o la estrechez mental, la falta de mirada alta o la escala de valores en la que el ser humano cuenta menos que las cuentas. Dos ejemplos.
1.- La Comunidad de Madrid acaba de jubilar de un día para otro a un nutrido grupo de médicos especialistas. Supongo que algunos de los jóvenes médicos se sentirán algo aliviados al ver que alguna rendija libre les va quedando en la que meter sus manos sanitarias. Los representantes políticos aducirán como tapadera la rebaja de costes en salarios para justificar estos despidos y la necesidad de dar paso a nuevos empleados. El resto de la población -yo también- acaso lo que vea sea una falta de visión temeraria en los representantes políticos y un desperdicio insoportable de experiencia acumulada en estos médicos, una riqueza colectiva a la que no podemos renunciar. Desde este modelo social y económico en el que nos movemos, ya tenemos asunto para la discusión, para encarar diversas posibilidades y para defender distintas posturas.
2.- Me entero de que Maruja Torres se marcha de El País. Parece que la obligaban a cambiarse de su sección de opinión y ella ha decidido marcharse del todo. Otra vez la visión poliédrica. ¿El periodista tiene que estar, genéricamente, en el esquema de ideas y de negocio del periódico? ¿Si se marcha una persona, no queda sitio para otra firma nueva? Hay muchas y muy buenas. ¿Dónde hay que poner la línea roja de la libertad de cada persona y de la línea general de la empresa? ¿Es esta una claudicación del periódico ante exigencias del accionariado? ¿Se equivoca el periódico? ¿Se equivoca la periodista?
De nuevo vuelvo a afirmar que, desde el modelo social en el que nos movemos, hay muchas posiciones que se pueden defender con serenidad. Y con egoísmo artero. Yo he utilizado muchísimos artículos de Maruja Torres como modelo para comentario de texto con mis alumnos. Me parecía y me parece una periodista culta, de pluma ágil y afilada, sin pelos en la lengua, siempre punzando la herida de la actualidad. Siento mucho su marcha de este periódico y sospecho que hay mitad de censura por parte del periódico y mitad de rechazo por parte de la periodista. Se lo puede permitir y yo aplaudo este desplante ante el poder de todo un imperio como es el del periódico. Y siento también que se haya producido en este periódico, que ha sido para mí uno de los pocos faros de altura periodística de este país durante las últimas décadas. Ahora mismo, aunque me parece que anda muy por encima de todos los demás, no me atrevería a defenderlo con la misma convicción.
Son dos ejemplos, entre tantos, que nos enseñan que la vida es plural, que las cosas son y dejan de ser alguna vez, que, aun con buena voluntad, nada hay absoluto, y que todo gira y va dejando un inevitable rastro agridulce por el camino. Lo malo es cuando se adivina y hasta se ve que ese rastro es bilioso por culpa de la falta de voluntad y por someter todo al estado de cuentas inmediato. Entonces todo vale para el convento y el fin justifica cualquier medio.
Es el sistema, coño, es el sistema, don usted. No le dé más vueltas y piense en otro, que este hace aguas por todas partes.
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