domingo, 26 de mayo de 2013

"LOS 400 GOLPES " O MÁS

¿Qué otra cosa puede hacer el ser humano si no es pensar y gritar fuerte cuando su recorrido vital está impedido y constreñido por los hechos que quiere o que no desea, según los casos? Tiene la obligación de hacerlo incluso si la vida le regala y le concede espacios y tiempos libres, despreocupaciones y bienestar relativo, capacidad intelectual y voluntad para enfrentarse a los hechos, que, de esa manera, se han de volver más enjundiosos, más gozosos o más dolorosos, más hondos o más a ras de piel.
Luis Felipe Comendador nos ha vuelto a dar otra muestra de que sigue vivo, de que la vida, para bien o para mal, le sigue golpeando, le sigue doliendo, le sigue gritando y le sigue agitando, le sigue sorprendiendo y le sigue venciendo. Y lo ha hecho en otro libro de poemas titulado “Los 400 golpes”, editado en su propia imprenta pero bajo el patrocinio de la Asociación Cultural “El Zurguén” de Morille.
Recorrer sus páginas no es otra cosa que contemplar la sucesión de golpes que el discurrir diario puede dar en la espalda del poeta y, por analogía, en la de cualquier mortal lector, que el poeta ha de ser un perfecto fingidor. Porque mezcla escenas e imágenes de tono y corte particular y tal vez personal con otras que adquieren valor de consideración universal, estas últimas tal vez las menos llamativas a primera vista pero las más duraderas y permanentes.
¿Tantos y tantos son los golpes que da la vida? Son muchos cuatrocientos. Pues acaso esos y muchos más pues cada día es un mar cargado de olas que llegan a la orilla de cada uno de nosotros. Y no todas lo hacen con la suavidad de la espuma en la arena y el cosquilleo agradable de los pies; las hay que arrastran mar adentro los despojos y las hay que chocan de frente contra los acantilados o dejan la orilla de los paseos con olor desagradable. Es la vida, sin más, pero sin menos. Por eso, de vez en cuando, uno se para en jarras y se concede unos ratos de balance, de mirada de álbum, de recuento de escenas. Y le sale una cuenta no del todo exquisita. Y duda. Y acaso se abandona. O tal vez se da cuenta de que al menos si piensa es que está vivo. Y decide que otra vez merece la pena seguir dándole al remo de la vida: “Pues claro que interesa, / ¿a qué si no esta huida de lo inhóspito?”.
Y empieza la contemplación y el pálpito personal de las cosas y de uno mismo: “Y está mi sombra, / también está mi sombra / para animarme al paso con su peso invisible…” Y enseguida: “!Calla!... / escucha cómo gira la Tierra, / cómo cruje y golpea con su lenta fatiga… / escucha cómo tiembla / con cada puja nueva de los amantes ciegos / que yacen escondidos, / escucha las raíces de cada árbol / penetrándola, / escucha el arrastrase del áspid persiguiendo a su hembra… (…) Y entonces “existirás sin esta inercia absurda / que es gasto y es destiempo… / querrás ir a la muerte perfumado, / tan hecho como un paso, / que sucede a otro paso, / con el cuerpo arañado de ser, / con tu sombra habitada por la luz que la crea”.
Aquí está ya de nuevo la conciencia, la voluntad de ser, el pálpito y la sangre, esa necesidad inexplicable de serse y de gastarse en la consciencia.
El ser es ante todo y sobre todo cuerpo en sí mismo y en extensión. Cada uno es él y los otros, su extensión personal y el grupo de los círculos concéntricos que va irradiando hacia el exterior o que le absorben desde fuera: “quizás tan solo sé que orbito como el viejo planeta / alrededor de un sol que no conozco”. Y, lejos ya los dioses y todos sus frecuentes sucedáneos, el poeta aspira a ser consciencia verdadera de sí mismo, cálculo exacto de su ser y su vida, medida sin tapujos de lo poco que el ser vale y transporta: “pero yo quiero caer de golpe, / sin engaños, / sin esa danza absurda de las hojas de otoño / que al fin van a ser humus / y a hacer suelo preciso donde albergar semillas y preñarlas”.
Son el espacio y el tiempo las variables que siempre terminan por conformarnos y por explicarnos. Y el tiempo y el espacio se concretan en tres elementos inseparables: la tierra como elemento físico, el ser humano individual y el resto de los seres como red de relaciones. En torno de los tres se desgranan las contemplaciones, las consideraciones y los depósitos poéticos finales. No hay más ni menos. Estas son nuestras ataduras, estos son nuestros límites, estas son las reglas del juego de la vida. Y en esas variables se va el poemario, por supuesto.
Tal vez en este caso el poeta ha dedicado algún esfuerzo más en reflexionar acerca del elemento tierra -esa cosa telúrica que nos abarca, que nos diluye y que nos deja siempre un poco en el misterio de lo inasible- que en otras de sus obras. Yo lo celebro, porque me parece que esta dimensión está en el primer orden, es más duradera y explica algo mejor todo lo que sucede después con la persona y con las personas: “por eso estoy sobre ti (tierra) constantemente, / telúrico animal casi sin sombra / que a veces se arrodilla para escuchar tu ser voluptuoso…”
 Sobre esa dimensión telúrica y siempre misteriosa, se sitúa la persona y se sitúa el poeta, que, sea cual sea la andadura vital, camina irremediablemente hacia la muerte. Ahí anda el juego de la vida, en saber caminar con el menor dolor y con el mayor grado de gozo. Este es el arte de saber vivir. Y de saber morir: “pero que no me duela morir, / porque no merece la pena que me vaya de aquí / con un recuerdo amargo” (… ) “que no sienta dejaros / todo sea rimar la madera de pino con mi cuerpo / o rimar estos ojos con el negro total de algún abismo…”
El resto de las páginas, las imágenes todas son ya cuestión de parte y acaso sean los ojos del lector particular los que mejor reparen en aquellos pasajes que más le traigan cuenta.
Dejaré, sin embargo, un puñado de imágenes que a mí más me seducen y que dan indicio de por dónde van los poemas, poemas que se inscriben en el esquema que se ha apuntado hasta aquí.
“esto y esto y esto… / eso es la vida y solo eso”. Pg. 23.
“soy… ese ser inconexo que vive en el transporte de su cuerpo”. Pg. 25.
“Y la gente tenía el color de las veredas / mientras los pocos árboles del sitio / marchaban a acostarse ya cansados”. Pg. 27.
“Mis días son de calles / en las que los colores se cansan por las noches, / de hombres arrojados a la quietud diaria de un estatismo absurdo, / de pan por la mañana y gestos de cansancio por la tarde”. Pg. 29.
“carne que toma asiento y sorbe un café / o se detiene en unas líneas, / carne pasada que se pudre sin más una tarde de otoño / y se amontona en el seco tictac de los relojes, / carne que hizo lo que pudo / y administra las muertes de los significados”. Pg. 33.
“El lugar de la huella no es de nadie, / pues el tiempo macera su venganza tranquila / y deja que la vida consiga ser rumor / y no otra cosa”. Pg. 34.
“Hay señales… que me indican la espiral a lo negro”. Pg. 38.
“Huimos a lo gris… / y fuimos hombres / buscando el acomodo / entre las torres / donde todo termina mutilado: / hombres inadvertidos, / carne dormida, / muertos”. Pgs. 41-42.”y volver al gesto primitivo, / al voluptuoso danzar de lo que acaba, / al nombre primigenio, / a las ruinas donde la huérfana llora desolada, / a lo que cesa con cada pestañeo, / a la tregua de lo indefinido”. Pg. 44.
Y esta consideración final que intenta poner razón a todo el libro: “Escribir para ese intento / de interrumpir el proceso / de la muerte / o para terminar con decencia / un día de todos los demonios / como este”. Pg. 55.
No diré ni palabra de la forma. Para otro día será.
El cómputo final da negativo. Qué le vamos a hacer. Es la vida. Es el pálpito vital que, a pesar de los pesares, merece muy mucho la pena; sobre todo si con ella sabemos hacer un buen molde personal y colectivo para una hogaza de pan blanco y compartido.
Dos consideraciones finales solamente en esta que me ha salido casi reseña académica.
1.- Sugerí en sitio público que no se eliminaran los sonetos finales de este poemario. Hoy no estoy seguro de que diría lo mismo.
2.- ¿En esta ciudad estrecha no se van a enterar nunca de lo que tienen? ¿Nunca se va a premiar la reflexión y el buen gusto? ¿Todo se ha de tirar en lo inmediato y en lo mostrenco y grueso de la vida? ¡Imbéciles!

4 comentarios:

Luis Felipe Comendador dijo...

Mil gracias por tu lectura y por tus palabras, Antonio. Un abrazo enorme.
lfc.

mojadopapel dijo...

Buen análisis maestro....me gusta cómo profundizas y desmenuzas desde tu visión personal.

Anónimo dijo...

Me gustaría que en este blog no se terminara insultando (aunque no se sabe muy bien a qué) como sucede con el final de esta entrada.

Hugo Izarra dijo...

Cuánto ocioso anónimo gilipollas.