miércoles, 29 de mayo de 2013

NOMBRE Y APELLIDO

El asunto de la globalización ha hecho más realidad que nunca aquello de la aldea global. Hasta tal punto que ya no sabe uno ni siquiera de dónde es realmente ni a qué sociedad pertenece. Sin embargo, se siguen manteniendo como elementos de identificación personal algunas señales particulares de lo más variopinto, hasta el punto de que la vida entera queda reducida a uno solo signo, que parece perseguir al individuo como perro de presa. Sucede sobre todo en las comunidades más reducidas y en ambientes populares.
Tengo un amigo que resulta ser siempre para mí un diccionario especial. Cuando no conozco a alguien en esta ciudad estrecha en la que vivo, es él siempre el que me da noticias personales y familiares que lo identifican. No se le escapa ni uno, y eso que esta ciudad es lo suficientemente grande como para no conocer a todo el mundo de verdad, y lo suficientemente pequeña como para que cualquier individuo te suene de algo. Y no lo paso bien con frecuencia pues me suelo quedar en ese intermedio gris que no complace ni a unos ni a otros.
Hay un campo en el que este fenómeno me llama la atención un poco más. Se trata del ámbito deportivo, especialmente el futbolístico. Ya va terminando la liga y con ella se irá por unos días el sonsonete de los jugadores de los equipos. Pero durante toda la temporada hemos estado oyendo los milagros y miserias de La pulga, El pelusa, El fideo, El tigre, El pirata, El mago, El pipita, El cholo, El cebolla, El tiburón, El mono, y toda una retahíla de apodos cada cual más sonoro y sabroso.
Y eso que ya hemos dejado atrás a Tarzán, Matador, La brujita, El piojo, El toro, El lobo, El pato, El buitre, Ratón, Ratoncito, o, ya en el recuerdo, a La araña negra, o La galerna del Cantábrico.
Aquí hay una reflexión lingüística y sociológica interesantísima. Pero es larga y no cabe en esta ventana.
A mí me deja descolocado todo lo que tiene que ver con los futbolistas sudamericanos y la degradación que se observa en sus apodos. Sin embargo, su adaptación al deporte en España resulta casi inmediata y a ningún comentarista deportivo se le caen los anillos por olvidarse del nombre de pila y dar carta de naturaleza a los motes desde el primer día. Como si estuviéramos en una pandilla de amigos en una noche de calimocho y ginebra barata. Tampoco el ambiente da para mucho más: panem et circenses.
Menos mal que, por unos días, se apagarán esas voces. Su lugar lo ocuparán otras, según la fuerza y el movimiento en el mundo de los fichajes. Y nosotros seguiremos agrandando la granja con ese grupo de animales tan especiales. Si les diera por dignificar a esos jugadores a los que tanto alaban, les propongo imitaciones de textos literarios. Por ejemplo del Quijote. Claro, para ello hay que empezar por leerlo.

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