Aunque sea con retraso, he de anotar aquí el disgusto por la noticia de la desaparición de uno de los dos periódicos que se editaban en la ciudad de Salamanca. El Adelanto. Creo que han sido casi ciento treinta años apurando rotativas y metiendo prisas para que cada mañana estuviera en la calle, para que los salmantinos de la ciudad y de la provincia se acercaran a conocer qué pasaba por esos mundos de Dios y para tener un sostén al que acudir en sus conversaciones diarias, esas en las que cada uno arregla el mundo hasta el día siguiente.
Por supuesto, la historia de Salamanca no se puede entender sin la existencia de este diario. Y ello tanto en el sentido positivo como en el negativo. Porque sus etapas -hasta donde yo sé: solo conozco los últimos decenios- han sido muy desiguales.
He criticado siempre, hasta con dureza, la línea editorial de todos los diarios salmantinos. Me parece que este tipo de prensa siempre ha estado más al servicio de los anunciantes y de los dueños que de la verdad y de la cultura. Creo que casi siempre se han encogido en un esquema tan sencillo para estas tierras como este: toros, asuntos eclesiásticos y militares, fiestas populares y páginas de información (muy escasamente de opinión) de las universidades. Eran -son- más provincianos que provinciales.
Pero, incluso en este esquema tan pobre y encogido –que yo desearía que fuera equivocado- El Adelanto parecía que dejaba respirar un poco más; daba la impresión de que se dejaba ver un poco menos el plumero y mantenía alguna habitación separada y disidente. Muy pocas, pero alguna. No podría decir lo mismo -aunque sea tan poco- del diario que queda a salvo del naufragio: La Gaceta.
Nadie debería escandalizarse tampoco porque un periódico se cierre. En la vida todo nace, crece, se reproduce y muere: es el viejo esquema que se aplica también a los diarios. Es verdad que con lo que muere se van los recuerdos acumulados, lo que ha sido su vida y lo que fueron sus anhelos, lo que representó y lo que se queda en el olvido, “en las montañas del eterno olvido”, según palabras de Ambrosio en Quijote 1,13. También es verdad que, a pesar de todas las aristas y posibles defectos, el cierre de cualquier medio de comunicación siempre supone un silencio más hondo, una orfandad común y de diario, un referente público en el que mirarse para verse feo o guapo, un formador de estilos de vida y de conciencias. Y, entonces, acaso la pérdida sea siempre más notable que la disidencia.
Mi opinión acerca de los medios de comunicación en general es claramente negativa, casi sin reservas. No de todos, por supuesto, pero de casi todos. Parece que apunta en los digitales un formato llamado tanto a la dispersión (como elemento negativo) como a la espontaneidad y libertad (como elemento enormemente positivo). El tiempo dirá. Lo de Salamanca en medios escritos no ha hecho más que elevar a la enésima potencia mi impresión negativa acerca de los medios.
No resulta sencillo imaginar un cambio de rumbo en los de gran tirada. El esquema se vuelve elemental: los accionistas son los que son y la línea editorial la marca el dinero. Lo demás son pequeñas batallitas que a veces se ganan en guerra de guerrillas, y nada más. En este país yo creo que incluso económicamente se equivocan pues existe, a pesar de toda su propaganda, una capa social con criterios políticos de izquierda y se empeñan en no aprovecharlo. Luego se quejan de que algún medio que simplemente coquetea con la izquierda sea el que más vende. Le dejan el mercado libre y luego se lamentan. Imbéciles ellos.
Me asusta pensar que ahora en Salamanca solo queda una cabecera escrita, la de La Gaceta. Y me asusta porque lo que pienso en general, lo aumento y lo multiplico en la opinión que de este periódico tengo. Jamás he visto tanto odio, tanta inquina, tanta mentira y hasta tanta estulticia hacia todo lo que pueda oler a izquierda en la provincia. Lo cierto para ellos es que se mantienen y la inercia social les sigue y asiente a casi todo.
En lo personal, hace años que no compro ninguno de estos periódicos provinciales -ni casi los nacionales: me conformo con los digitales- y apenas me afecta. Tal vez hasta me libere de algún enfado más al no leer sus páginas.
Colaboré como columnista en El Adelanto. Ya lo he recordado aquí alguna vez. Me echaron en condiciones preelectorales para no desentonar. Eso poca importancia tiene para los demás. Y para mí mismo. Otra ventana se abrió: esta. Y aquí seguimos, con el día a día a cuestas, viendo pasar el tiempo, dejando transcurrir los años y mascando la impotencia del que no tiene casi nada claro, pero alumbrando la ilusión del que tiene todo por hacer.
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