Confieso mi condición de hombre de tierra adentro. El
mar es para mí como la meta, el fin de los fines, la quietud abisal y la
pérdida de las medidas. Tal vez por eso me dan miedo los barcos y no tengo muy
buenos recuerdos de mis escasas travesías.
No puedo ni debo decir lo mismo de las regiones que lo
bordean, aquellas que dicen la mar y no el mar, las que lo tienen como vecino y
como frontera, los que no solo lo evocan sino que lo viven a diario.
Una de esas regiones es Andalucía, esa tierra
rompeolas de todas las culturas, despensa acogedora de tantas esperanzas y base
de tantas ilusiones pasadas y presentes. Me gusta Andalucía porque me gustan las
gentes que de ella conozco y porque tengo la amistad de los que se han hecho sus
hijos adoptivos. Pero sobre todo me gusta por muchas de las noticias que de
ella me llegan. Porque las representaciones no solo se depositan en las
personas sino en las canciones, en la geografía, en la literatura, en la
cultura popular…
Cada día me gusta más esa muestra de cultura popular
que son las coplas, tanto separadas de la música, como dándoles soporte y vida
paralela. Esas tercerillas reconvertidas en soleás, o esas cuartetas venidas a
ser siguiriyas me siguen pareciendo como rejones bien puestos a ese toro que se
queda dolido y rebotado, pensando en el sentido último de lo que tan
dolorosamente se le ha clavado en la espalda. En las coplas se revientan todos
los sentimientos de soledad, de muerte, de amor, de miedo, de odio, de
abandono, de desolación, de ingenio… Son como la tesis doctoral resumida que te
suelta un ser inmediato por derecho y sin engaño. Por eso, el que las sabe leer
bien comprende que callan mucho más de lo que a primera vista dicen y que
sugieren casi todo para el buen catador. Tal vez en su simpleza se mezclen las
prescindibles, por mostrencas, con las absolutamente sublimes y duraderas, esas
que dicen casi todo del yo de quien las produce o de quien las canta.
Hoy he andado buceando en un libro de coplas flamencas
seleccionadas por Francisco José Cruz. Me quedo con el fulgor de alguna de
ellas que aquí copio:
Sentaíto en la escalera
esperando el porvení
y er porvení nunca llega.
Soy desgraciaíto
hasta en el andá,
que los pasitos que p´adelante doy
se me van patrá.
Esto que m´está pasando
se lo contaré a la tierra
cuando m´estén enterrando.
Oleaítas del mar,
qué fuertes venéis,
y a la pobre mare de mi arma
no me la traéis.
Ar pie de tu sepurtura
llorando m´arrodillé.
Las lágrimas de mis ojos
se quejaban ar caé.
Y pa qué tanto llové.
Los ojitos tengo secos
de sembrá y no recogé.
A la puerta de un molino
me puse a considerá
las vuertas qu´ha dao er mundo
y las que tiene que da.
Agujas de mi reló
que yo las iba arrancando
y er tiempo no se paró.
Dijo la lengua al suspiro:
échate a buscar palabras
que digan lo que yo digo.
Cada vez que considero
que me tengo que morí,
tiendo mi manta en er suelo
y me jarto de dormí.
Tengo una pena una pena
que casi no pueo decí
que yo no tengo la pena.
La pena me tiene a mí.
En un manicomio entré
y vi una loca en er patio
qu´estaba dándole er pecho
a una muñeca de trapo.
Yo doy suspiros al aire:
¡ay pobrecito de mí,
que no los recoge nadie!
No canto pa que m´escuchen
ni pa sentirme la voz,
canto pa que no se junte
la pena con el doló.
Mira si soy desgraciao
qu´estoy deseando morirme
pa dormí bajo techao.
Dejo la puerta entorná
por si alguna vez tuvieras
la tentación de empujá.
Por otro la vi llorá
y yo, que tanto la quiero,
la tuve que consolá.
Hay quien se queja de vicio:
yo he visto a un niño reí
en er patio del hospicio.
Diez años después de muerto
y de gusanos comío,
letreros tendrán mis güesos
der tiempo que t´he querío.
Le dijo er tiempo ar queré:
esa soberbia que tienes
yo te la castigaré.
Permita Dios que te veas
sacando agüita d´un pozo
y con er cubo no pueas.
Mucho tengo que decirte,
pero me llamo ar silencio;
harto te digo callando
si tienes conocimiento.
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