Si la vida no es en sí una suma de luchas por la
supervivencia, es lo que hemos hecho de ella en los tiempos que corren. Pero si
hay que resignarse a entender que es así -qué pena y qué pobreza tan inmensa-,
al menos convendría ordenar esas luchas y entender que no es lo mismo librarlas
de manera individual que colectiva, que no es lo mismo buscarse los garbanzos
físicos y mentales de uno en uno que agrupados y en ayuda, aunque solo sea como
egoísmo disimulado para salvar la existencia y seguir tirando para adelante.
Tengo la seguridad de que uno de los desgraciados logros
de los últimos años en la cultura occidental dominada de manera absoluta por
los intereses económicos y por la derecha política- es el de haber abandonado a
cada ser humano a su suerte de manera despiadada. Por no practicar, no se ve ni
siquiera la práctica de la caridad y del cacho de pan de las colectas del
sobrante, aquellas que antes salían a la calle para pasarela de los pudientes y
para adormecimiento de conciencias de los más pacatos.
Se ha perdido la conciencia de grupo o clase social
incluso entre los ricos. Aunque estos importan menos pues tienen reservas para
asegurarse su supervivencia y la de sus allegados. Y es que últimamente se han
despojado de la presencia física y se han escondido detrás del anonimato de las
cuentas bancarias y del sube-baja de la bolsa y las acciones, sus salones y sus
clubes andan más escondidos que nunca y el plano corto de la fama se la han
dejado a los imbéciles de la moda social y de los saraos diversos. Allá ellos,
que a mí me traen bastante al fresco y bien se pueden defender.
Mucho más me preocupa el desvaimiento y la disolución
de los grupos humanos que han representado, bien o mal, a aquellos que por sí
solos poco pueden en la feroz lucha por seguir asomando la cabeza. Lo primero y
fundamental es que los poderosos (medios, bancos, cuentas y otros saraos) han
conseguido eliminar del pensamiento la idea de que alguna otra organización
social es posible y acaso nos llevaría a otra escala de valores y a otro
desarrollo de esfuerzos muy diferentes. A mí me resulta muy difícil dar con
alguien que se plantee esa posibilidad, también entre los que peor lo pasan y
entre los que más sufren el látigo de este sistema que los tiene acogotados y
asustados. Se da por hecho que esta es la única fórmula y que lo que cabe es adaptarse
individualmente a ella lo mejor que se pueda con tal de instalarse en el
escalafón y así alimentar un poco mejor el futuro. Puede que me equivoque -ojalá
que así fuera- pero me parece que nunca he visto tanto desánimo como en estos
tiempos. Digo desánimo por no deletrear ignorancia, desistimiento o simplemente
egoísmo.
Y, muerto el perro, se acabó la rabia. Al árbol ya no
se le cuidan las raíces ni se analiza si le convendría un trasplante o un buen injerto; como mucho, se procura
adornarlo de una u otra forma en alguna rama para que no desentone y no se nos
muera de inanición. Mientras tanto, los adornos no nos dejan ver si circula la
sabia o se nos seca el tronco. De adornos múltiples seguimos viviendo en
deportes, en músicas desafinadas, en jolgorios a gogó y en culos al aire. Y en
verano ya hasta el corte de digestión y hasta la náusea.
Algún escasísimo brote verde se deja ver en algún
medio planteando las causas generales del sistema aplicadas a los casos
concretos que vivimos. Pero enseguida los que se atreven a plantear causa
general se convierten en bichos raros, en el hazmerreír de los de enfrente, en
aparentes trasnochados que hablan de ricos y de pobres, de desigualdad de
oportunidades, y se dejan de lado los enfrentamientos personales en los que se
sustancian todos os rifirrafes a los que asistimos. ¡Como si esto fuera un
circo romano continuo y tuviéramos que mover el dedo hacia arriba o hacia abajo
descabezando personas y olvidándonos de los principios que rigen la actividad
de LA COMUNIDAD, esa comunidad de la que todos formamos parte y en la que nos
tendríamos que exigir similares derechos y deberes!
Vuelvo a pensar, como ejemplo, en lo que pueda
significar la existencia de uno o de diez chorizos, o de cien, por muy
espectacular y ejemplarizante que sea, y en la desregulación de convenios
colectivos que se ha producido y que ha dejado al trabajador a la intemperie y
solo ante todo el peligro. Pero el circo es el circo. Y la pasta es la pasta.
Qué le vamos a hacer.
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