Hoy casi no tengo sensaciones que llevarme a la boca,
aguijones que me piquen y que necesiten un poco de pomada para que se suavicen.
O eso parece.
En realidad es que la suma de gotas en tormenta es la
misma cada día y llueve sobre el campo seco lo mismo que sobre el suelo mojado,
descarga sin clemencia y anega lo que pilla sin distinguir fechas ni horas.
Cada uno de nosotros es construido por las circunstancias y ellas son las que
mandan, las que moldean, las que empujan, las que calman y las que controlan
todo; en ellas el ser se hace tonto y listo, conservador o progresista, avaro o
liberal. Es verdad que hacemos como que nos engañamos al afirmar que podemos
elegir entre varias posibilidades y que de nosotros depende hacer una cosa u
otra. Algo es algo: perfectos fingidores; o tontos del todo.
Sí, yo podría estar ahora mismo sentado en otra parte,
acaso paseando por la calle, tal vez en la arena de una playa o buscando
trabajo inútilmente. Pero lo cierto es que frente al ordenador no se está mal,
por la calle hace calor a estas horas, la playa está muy lejos y tengo
dinero para llegar a fin de mes sin
necesidad de buscar trabajo. O sea, que las circunstancias me acaban de hacer
un ser en este lugar, sin salir a la calle, sin arena en mis pies y con salario
a fin de mes.
Esto mismo lo podía hacer un ser humano de Mauritania,
por ejemplo, pero, mira por dónde, no lo hace; ni siquiera lo hace ninguna
persona de esas que se cruzan en mi vida cada poco tiempo. Sencillamente porque
sus circunstancias, y ellos mismos, son diferentes.
Y, cuanto más extensa es la circunferencia que incluye
esas circunstancias, menos me siento con capacidad para modificarlas ni en lo más
mínimo.
¿Qué puedo hacer para paliar en alguna medida la
locura de Siria, por ejemplo? Pero vengamos a lo que aquí, a lo de ayer y a lo
de ahora. ¿Cuál es mi capacidad para influir en este sistema que me parece una
mierda absoluta? Y el sistema está operando a mi lado, en mi país, en mi
ciudad, en mi barrio y en mí mismo.
Siempre he defendido la participación pública y la
existencia de organizaciones sociales y políticas como fórmula menos mala para
la convivencia. Lo cierto es que con frecuencia caigo en el desánimo y abomino
de casi todo, me pongo mohíno y me dan ganas de aislarme, de encerrarme en mí
mismo y de poner pared de hormigón a mi alrededor.
Sé que no es posible aunque quisiera, porque sería
postura egoísta y porque seguirían haciéndome
las circunstancias, esas otras circunstancias.
Tal vez la guerra hay que organizarla con otras armas.
Acaso la lógica de las cosas haya que vencerla con las pistolas del amor y no
de la derrota. Puede que no sea escaso el placer de aspirar a ser querido por
aquello que parece que no te quiere y que no anda en tu lógica. Aunque resulte
una especie de asalto pues, en el fondo, todo amor es un asalto a algo que no
nos pertenece.
En fin, qué sé yo, es el territorio de la ilusión, ese
refugio que consuela un poco a los desalentados en su derrota. Puede que sea
eso.
1 comentario:
Buenas noches, profesor: Pertenece al grupo de los afortunados, aunque derrotados,...y un poco raros. Saludos
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