Hoy tocaría ensayar de nuevo
la normalidad, los horarios de siempre, el reencuentro con aquello que fue
familiar y que, por un tiempo marcado, se puso entre paréntesis, la
recuperación de aquel olor o de aquel ángulo que había hecho mutis y que, de
repente, vuelve al escenario como si nada hubiera pasado y saluda al público
con ademán de hacerlo por obligación. En esta ciudad estrecha han terminado las
fiestas y los niños se han levantado a horas intempestivas y desacostumbradas
para salir de casa e ir a encontrarse con los compas de otros cursos. Hasta el
sol se ha rehecho pero con menos humos y con esa nitidez que el otoño pone en
estos cielos montañeros. En fin que todo apunta hacia el otoño.
No sé muy bien por qué desde
hace algunos años estos últimos estertores del estío me pillan en estado de
revista. He pasado unos días en Málaga, como un paréntesis denso en la
velocidad de los otros días. Y solo digo denso porque se han intercalado
imágenes distintas y no han dejado que el carrete de las fotografías de diario
siguiera proyectando el mismo cine; en suma, eso que se quiere decir cuando se
anuncia el salir unos días por ahí a cambiar de aires. Si a eso se suman la
amistad, el clima y el despiste del tiempo en los horarios, todo puede
entenderse. Y estuvo también Córdoba, con su mezquita eterna, plantada junto al
agua del río de Andalucía. ¿Mezquita o catedral? Qué celo el de los curas por
dar a conocer en sus folletos que aquello es tierra santa, santa de la de
Cristo, que no de la de Alá ni su profeta: “On welcoming you to the Cathedral,
the cathedral´s Chapter asks that, during your visit, you show, the appropriate
respect to the identity of this Christian church, the Cathedral of Cordoba, a
living witness to our history.” Y después venga murga con los indicios de orígenes
remotos cristianos y esas cosas. Qué brutos andan siempre desde cualquiera de
los lados en los que el dios se pone en la pirámide y todo se somete a su sola
voluntad.
La noche nos pilló disfrutando de la amistad en Cáceres.
Pero uno vuelve a casa y
aterriza, con las fiestas que son solo pasado, y con eso del día de Cataluña,
proceso este imparable a estas alturas y seña la más grande de los últimos
siglos de la historia de este país de todas las historias; y siguen las
mentiras instaladas en las altas esferas del Gobierno, que ha huido hacia
delante y no sabe que no puede parar con ese impulso si no es con más ridículo
y más mierda; y sabe que tampoco se cuecen buenas migas aquí cerca, y se entera
del ritmo de la vida, de pequeñas historias de diario; y vuelven las llamadas;
y torna la lectura; y se posa ese sol sobre la sierra que convierte a las
tardes en un mantel de oro.
Hay que bucear de nuevo
buscando la verdad y la belleza: no son malos antídotos contra la enfermedad
del pesimismo. Así será la vida otra distinta.
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