miércoles, 11 de septiembre de 2013

FORMEN FILAS


Hoy tocaría ensayar de nuevo la normalidad, los horarios de siempre, el reencuentro con aquello que fue familiar y que, por un tiempo marcado, se puso entre paréntesis, la recuperación de aquel olor o de aquel ángulo que había hecho mutis y que, de repente, vuelve al escenario como si nada hubiera pasado y saluda al público con ademán de hacerlo por obligación. En esta ciudad estrecha han terminado las fiestas y los niños se han levantado a horas intempestivas y desacostumbradas para salir de casa e ir a encontrarse con los compas de otros cursos. Hasta el sol se ha rehecho pero con menos humos y con esa nitidez que el otoño pone en estos cielos montañeros. En fin que todo apunta hacia el otoño.
No sé muy bien por qué desde hace algunos años estos últimos estertores del estío me pillan en estado de revista. He pasado unos días en Málaga, como un paréntesis denso en la velocidad de los otros días. Y solo digo denso porque se han intercalado imágenes distintas y no han dejado que el carrete de las fotografías de diario siguiera proyectando el mismo cine; en suma, eso que se quiere decir cuando se anuncia el salir unos días por ahí a cambiar de aires. Si a eso se suman la amistad, el clima y el despiste del tiempo en los horarios, todo puede entenderse. Y estuvo también Córdoba, con su mezquita eterna, plantada junto al agua del río de Andalucía. ¿Mezquita o catedral? Qué celo el de los curas por dar a conocer en sus folletos que aquello es tierra santa, santa de la de Cristo, que no de la de Alá ni su profeta: “On welcoming you to the Cathedral, the cathedral´s Chapter asks that, during your visit, you show, the appropriate respect to the identity of this Christian church, the Cathedral of Cordoba, a living witness to our history.” Y después venga murga con los indicios de orígenes remotos cristianos y esas cosas. Qué brutos andan siempre desde cualquiera de los lados en los que el dios se pone en la pirámide y todo se somete a su sola voluntad.
La noche nos pilló disfrutando de la amistad en Cáceres.

Pero uno vuelve a casa y aterriza, con las fiestas que son solo pasado, y con eso del día de Cataluña, proceso este imparable a estas alturas y seña la más grande de los últimos siglos de la historia de este país de todas las historias; y siguen las mentiras instaladas en las altas esferas del Gobierno, que ha huido hacia delante y no sabe que no puede parar con ese impulso si no es con más ridículo y más mierda; y sabe que tampoco se cuecen buenas migas aquí cerca, y se entera del ritmo de la vida, de pequeñas historias de diario; y vuelven las llamadas; y torna la lectura; y se posa ese sol sobre la sierra que convierte a las tardes en un mantel de oro.

Hay que bucear de nuevo buscando la verdad y la belleza: no son malos antídotos contra la enfermedad del pesimismo. Así será la vida otra distinta.

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