Uno
de los valores que camina entre la moral, la ética y la religión es el de la
Compasión. Su étimo -del que siempre deberíamos partir para no empezar a
embarrar y a personalizar su significado- es el de “padecer en común”, cum
patere.
No
siempre es fácil trasladarlo al campo de la ética pues esta camina más cerca de
la razón que de los sentimientos y hay razonamientos éticos que apuntalan con
fuerza lo personal e individual. De hecho, uno de los defectos que se le echan
a la cara a diversos grupos de personas es el de la falta de compasión. Pienso,
por ejemplo, en parte de la derecha social de España a la que se la acusa de
falta de compasión para con los afectados por la memoria histórica y son incapaces
de compadecerse de ellos, de sentir compasión, de ponerse en su lugar, de
sufrir algo en sus carnes lo que sufren los deudos de los desaparecidos.
Creo que, aunque algunas éticas individualistas
y utilitaristas se ocupen algo menos de este sentimiento, es imposible vivir en
cierta calma si no se practica la compasión, que viene a ser al fin como hacer
la vida en común y anclados en algunos elementos comunes que tienen que ser
compartidos tanto en lo bueno como en lo malo.
Pero
tengo menos claro que en estos momentos se anime a la compasión, si no es en la
versión pacata y de mercadillo de pobre, para remediar un caso con las migajas
que le sobran al poderoso. Empiezan a proliferar hasta programas en televisión
que concretan estas compasiones de gaseosa y estos remedios de ocasión para
tranquilizar a los más encogidos y a los más sobrados, que todos pican y
picamos en el anzuelo.
Porque
la compasión, se decía, es cum patere, es ponerse en el lugar del otro y sufrir
-o gozar, que es otra variante igual de valiosa y etimológica de la compasión- como lo hace el otro. O al
menos intentar entender por qué sufre o se alegra el otro y en qué condiciones
se produce ese padecimiento para que la compasión sea real y efectiva.
Me
parece que esto de entender las condiciones del padecimiento es la clave del
asunto, es el ápice que nos pica realmente y nos hace comprender, compadecer y
tener compasión. Y no habrá verdadera compasión si no entendemos y asumimos
esas situaciones, diferentes siempre a las nuestras. La verdadera compasión no
es solo padecer lo mismo que el otro sino hacerlo desde las mismas coordenadas,
entendiendo estas, explicándolas y ratificándolas; si no, todo será un hermoso
sentimiento pero pasajero e inmediato, sin consistencia y sin permanencia; o
sea, de mercadillo y de ocasión.
Hoy
me he topado con un par de libros de poesía que me ha enviado (muchas gracias)
una persona privada de la visión (Mónica Marcos Celestino) y he intentado un
rato de compasión en sentido etimológico. Qué cambio en la lectura, qué mundo
tan diferente, qué predominio de los demás sentidos y qué fuerte la ausencia
del más valioso para mí, el de la vista.
Ahora
no tengo claro si me he compadecido yo de Mónica o se ha compadecido ella de mí.
Seguramente hemos cruzado sentimientos, pues la compasión solo se conjuga en
plural para que sea real y verdadera.
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