Cansado como ando de proclamar
la necesidad de querer y de ser querido, como contexto imprescindible para la
supervivencia, me surgen, sin embargo, dudas ante diversas situaciones. Por
ejemplo
.- Cualquier tipo de rito o
costumbre nos rinde y nos adocena un poco, nos incluye en la masa pero nos hace
menos críticos y responsables, y, con frecuencia, nos olvidamos de plantearnos
si lo que hacemos tiene sentido o es pura inercia. Es un querer y ser querido
flojo y pendulón.
.- La lógica pide acudir a los
lugares en los que somos bien recibidos y desaconseja hacerse presente en los
que no somos bien venidos. Pero ¿eso no nos empuja a la inacción y al
inmovilismo, al desánimo y al acomodo más egoísta?
.- A pesar de la afirmación
general del principio, a veces queda como un cierto regusto agridulce precisamente
cuando no somos comprendidos por algunas personas. En esos casos, lo que
realmente se esconde es un cierto desprecio a la capacidad del otro para estar
a la altura en la comunicación.
.- Aspiramos al dominio de la
razón porque la consideramos un elemento común y al alcance de quien quiera dominarla
y ejercitarla. Con ella creamos el pensamiento, que es un territorio común.
Pero, si la razón es común, ¿por qué aspiramos al pensamiento propio y
particular como elemento distintivo y ennoblecedor del ser humano?
.- Para querer y ser querido
se necesita la presencia al menos de dos elementos. No hay forma de concebir la
existencia del yo sin la presencia del tú, porque solo desde el tú se puede
reconocer el yo. Entonces, querer reafirma tanto el yo como el tú. Lo mismo
sucede con ser querido.
.- ¿Querer y ser querido es lo
mismo en cualquier situación personal o colectiva?
Tengo muchas más dudas, pero
no me apeo de la necesidad general porque me parece una aventura extraordinaria,
y no está de más recordar que uno es poco serio si no se aventura, y también es
poco respetable si no se toma cada aventura en serio.
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