domingo, 6 de septiembre de 2015

LA GENTE: SIN MÁS, PERO SIN MENOS


Hay días en los que el tiempo se alarga, o tal vez sean días en los que no sabemos ofrecerle asuntos al tiempo para llenarlo con algo de contenido interesante. No es lo normal, a poco que nos esforcemos, pues siempre hay algo en lo que entretenerse, aunque solo sea para intentar matar el tiempo (Qué honda es eta expresión de “matar el tiempo”)..
A veces lo hago con el análisis del significado de palabras o expresiones cuyo uso por parte de la mayoría de las personas -seguramente incluyéndome yo mismo- no es el más exacto. Eso que perdemos en la comunicación, ese ruido que producimos y esa ocasión que desaprovechamos para utilizar la mejor arma que tenemos en el diario asunto de la convivencia.
Hoy apunto un caso: “La gente anónima”.
Decía don Antonio Machado que ninguna cualidad puede poseer la persona que sea superior al hecho mismo de ser persona. Estoy muy de acuerdo con él; a pesar de que en numerosas ocasiones me desazone al comprobar -ojalá que equivocadamente- cómo los comportamientos no son precisamente los que podríamos esperar en seres racionales, o sea, en personas.
¿Cómo es posible que, para empezar, les quitemos el nombre a las personas y las escondamos en el anonimato? Con ello las estamos privando de su primer derecho, el de poder ser identificadas individualmente.
No sería lo peor eso si no fuera porque, además, el adjetivo de marras, “anónima”, anda cargado de connotaciones negativas en su uso actual. Gente “anónima” nos lleva a la desposesión de cualquier valor, al olvido y al arrinconamiento. Y también ocurre con el sustantivo. Así, recibir un “anónimo”, o escribirlo, esa costumbre tan cobarde y miserable que se ha extendido como las plagas en los medios de comunicación, deja -este “anónimo” sí que merece ser cargado con el peso de la connotación negativa- a quien lo envía en la escala de los bajos fondos de las segunda o tercera filas de la consideración.
El asunto viene de lejos pues ya en los primeros siglos de expresión literaria los anónimos eran casi una constante. Pero aquello obedecía a otros contextos: unas veces era la tradición y otras las precauciones ante las posibles represalias de los poderosos mencionados y cuestionados en los escritos. El autor de Lázaro de Tormes se las tuvo que pensar muy mucho y dejó aquella crítica feroz sin firma. Más bien por si acaso…
Hoy nadie puede pensar que, si una persona se manifiesta con algo de cordura, vaya a tener dificultades insalvables ante los demás. Más bien parece que se trata de un contrasentido según el cual casi todo el mundo necesita echar su cuarto a espadas, porque lo que no se publica no existe ni se considera, y a la vez faltan las agallas elementales para hacerse cargo de lo que uno dice.  Algo así como sucede en las sociedades anónimas, en las que los peces gordos se esconden y se hacen anónimos a través de las acciones, aunque a algunos les salen por todas partes y no lo pueden disimular.
De modo que la gente, por el hecho de serlo, ya es digna, individualizada y concreta. Nada de gente anónima, cuando escondemos la significación de humilde, de segunda clase y hasta del montón. La gente, las personas, los ciudadanos, los votantes… no necesitan de añadidos tan peligrosos como el de “anónimo”.

Lo que tal vez queramos salvar de la vulgaridad en realidad lo podemos hundir en el reproche y hasta en el desprecio. Cuidado.

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