Hay días en
los que el tiempo se alarga, o tal vez sean días en los que no sabemos
ofrecerle asuntos al tiempo para llenarlo con algo de contenido interesante. No
es lo normal, a poco que nos esforcemos, pues siempre hay algo en lo que
entretenerse, aunque solo sea para intentar matar el tiempo (Qué honda es eta
expresión de “matar el tiempo”)..
A veces lo
hago con el análisis del significado de palabras o expresiones cuyo uso por
parte de la mayoría de las personas -seguramente incluyéndome yo mismo- no es
el más exacto. Eso que perdemos en la comunicación, ese ruido que producimos y
esa ocasión que desaprovechamos para utilizar la mejor arma que tenemos en el diario
asunto de la convivencia.
Hoy apunto un
caso: “La gente anónima”.
Decía don
Antonio Machado que ninguna cualidad puede poseer la persona que sea superior
al hecho mismo de ser persona. Estoy muy de acuerdo con él; a pesar de que en
numerosas ocasiones me desazone al comprobar -ojalá que equivocadamente- cómo
los comportamientos no son precisamente los que podríamos esperar en seres
racionales, o sea, en personas.
¿Cómo es
posible que, para empezar, les quitemos el nombre a las personas y las
escondamos en el anonimato? Con ello las estamos privando de su primer derecho,
el de poder ser identificadas individualmente.
No sería lo
peor eso si no fuera porque, además, el adjetivo de marras, “anónima”, anda
cargado de connotaciones negativas en su uso actual. Gente “anónima” nos lleva
a la desposesión de cualquier valor, al olvido y al arrinconamiento. Y también ocurre
con el sustantivo. Así, recibir un “anónimo”, o escribirlo, esa costumbre tan
cobarde y miserable que se ha extendido como las plagas en los medios de
comunicación, deja -este “anónimo” sí que merece ser cargado con el peso de la
connotación negativa- a quien lo envía en la escala de los bajos fondos de las
segunda o tercera filas de la consideración.
El asunto
viene de lejos pues ya en los primeros siglos de expresión literaria los anónimos
eran casi una constante. Pero aquello obedecía a otros contextos: unas veces
era la tradición y otras las precauciones ante las posibles represalias de los
poderosos mencionados y cuestionados en los escritos. El autor de Lázaro de
Tormes se las tuvo que pensar muy mucho y dejó aquella crítica feroz sin firma.
Más bien por si acaso…
Hoy nadie
puede pensar que, si una persona se manifiesta con algo de cordura, vaya a
tener dificultades insalvables ante los demás. Más bien parece que se trata de
un contrasentido según el cual casi todo el mundo necesita echar su cuarto a
espadas, porque lo que no se publica no existe ni se considera, y a la vez
faltan las agallas elementales para hacerse cargo de lo que uno dice. Algo así como sucede en las sociedades anónimas,
en las que los peces gordos se esconden y se hacen anónimos a través de las
acciones, aunque a algunos les salen por todas partes y no lo pueden disimular.
De modo que
la gente, por el hecho de serlo, ya es digna, individualizada y concreta. Nada
de gente anónima, cuando escondemos la significación de humilde, de segunda
clase y hasta del montón. La gente, las personas, los ciudadanos, los votantes…
no necesitan de añadidos tan peligrosos como el de “anónimo”.
Lo que tal
vez queramos salvar de la vulgaridad en realidad lo podemos hundir en el
reproche y hasta en el desprecio. Cuidado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario