miércoles, 9 de septiembre de 2015

"MOTIVOS PERSONALES". JOSÉ LUIS MORANTE


El mundo de los géneros literarios se agita, se revuelve, se acomoda, se pone al día, se mira y se vuelve a reconocer en lo antiguo…  Al final, tranquilidad y sosiego, que todo vuelve a su cauce: todo es pensamiento y palabra, curiosidad y deseos de satisfacerla, parada y vista al frente. Tal vez para descubrir que el horizonte es siempre horizonte porque no nos deja llegar hasta él (valga ya como aforismo).
Parece que, en estos últimos tiempos, el mundo del aforismo recobra vigor y se alza como expresión preferida por muchos creadores. Otros, si no han dejado recopilación, lo harán más adelante, pues casi todos han hollado ese camino, aunque sea de manera esporádica y espaciada. De manera que casi podríamos decir que se trata de ocupación trasversal y de formato común. Luego, algún día, el cajón contiene los suficientes pensamientos comprimidos como para pensar en darles formato unificado, en separarlos acaso por temas, en someterlos a un proceso de selección y en darlos a la imprenta. Un buen estudio sociológico nos daría claves certeras acerca del éxito del aforismo en este mundo agitado de comienzos del siglo veintiuno. Yo intuyo algunas razones y no me importaría exponerlas en formato más extenso.

José Luis Morante me regala su último libro de aforismos: “Motivos personales”, publicado en Ediciones la Isla de Siltolá, Sevilla. El poeta cuenta ya con una trayectoria reconocida en este género literario. Cien páginas que recogen en torno a seiscientos aforismos.
 No resulta sencillo, ni siquiera a estas alturas, concretar con exactitud el significado de la palabra aforismo, pues la familia de sus allegados es larga y profusa: sentencia, proverbio, adagio, apotegma, axioma, pensamiento, máxima, dicha, refrán… Pero podríamos dejar esto para contextos técnicos y para “negocios de particular juicio”.
En varias ocasiones intenta el autor una definición de aforismo desde la misma plataforma del aforismo, y habrá que entender que es aquella a la que él atiende en la construcción de los mismos. Lo hace, si mi recuento no falla, en las páginas 68,6; 81,1: 83,4; 91,6. Copio solo el último ejemplo: “Los aforismos son textos avaros, que racanean en la argumentación”. 91,6.
Dicen los cánones que el aforismo debe compendiar brevedad, doctrina y propuesta de reflexión o de actuación. Ahí es nada: abstracción para universalizar, ni un solo dispendio formal, y encima incitación al lector para que se conmueva, piense y decida. Vaya un ejercicio de forma y contenido. Por eso tal vez se trate de un ejercicio arriesgado y que bordea y conjuga lo sublime con lo inane y hasta lo mostrenco. Cuidado con ese peligro.
En ese ejercicio se mueve Morante y creo que casi siempre salta el obstáculo que se le ofrece hasta conseguir volver a colocar el listón para un nuevo ejercicio.
La brevedad formal no solo se consigue, y la consigue, con criterios lineales, sino con el dominio, el conocimiento y el trabajo de la frase y de sus elementos esenciales; y hasta con el dominio de la puntuación, que, para este ejercicio creador, resulta absolutamente fundamental, pues un solo cambio y olvido remueve totalmente el sentido del aforismo.
La doctrina o reflexión mana con naturalidad de la personalidad del autor, de su conciencia, de su formación, de su conducta vital. Un aforismo con fuerza puede surgir por casualidad; varios no, nunca; y el escritor natural de aforismos es el que ha defendido siempre “Que el poema tenga siempre un hueco para la razón”, pg. 64,1. O aquel otro pensamiento: “El peso de la edad encorva hacia el moralismo”, pg. 78,5. El snob de turno lo que tiene que hacer es asomarse a la ventana, contemplar, aprender, serenarse…; y luego ya después…
Y esa proposición como regla de actuación que se esconde en el aforismo, esa propuesta de deducción, ese planteamiento en escorzo, ese amago… poco es si no propone una reacción de asentimiento o de disentimiento en el lector. Por eso, tal vez, sea tan importante el campo de reflexión en el que se asienta el aforismo. Porque, si toda lectura termina siendo un diálogo entre el creador y el lector, acaso en el mundo del aforismo este intercambio es más intenso por repetido y continuo, casi por apabullamiento, pues, cuando has terminado de dejarte cegar por uno, ya te está esperando el siguiente.
José Luis Morante acude, de manera natural, a la reflexión acerca del mundo de la literatura en un tanto por ciento muy elevado de sus aforismos. Es su ambiente, su estado básico, el contexto en el que se relaja y en el que anda gozosamente perdido. Y digo “el mundo literario”, con todas sus variantes, no solo la de la creación estricta. Hay en este libro de aforismos toda una teoría y una manera de pensar acerca de la creación, de los concursos, del mundo editorial, de las lecturas…
No le cuesta a Morante apoyarse en otros autores para refrendar pensamientos con los que está de acuerdo. Le honra el hecho y ayuda esto a conocer mejor su estirpe literaria y su camino de pensamiento. Después aparecen asuntos diversos, aspectos de la vida sobre los que echar el cuarto a espadas y otra serie de consideraciones de forma y de contenido. Pero este desmenuzamiento ya no cabe en pocas líneas.

Siempre se ha basado la poesía de José Luis Morante en un poso de pensamiento, a veces demasiado visible, lo que no quiere decir que yo personalmente no me alegre de ello. Este libro de aforismos me parece un paso absolutamente normal y natural en el proceso de su creación. Seguro que habrá más entregas. Nosotros las podremos desmenuzar en sus ingredientes. De momento, estos “Motivos personales” pasan a formar parte de los motivos personales de cada uno de los lectores. Al menos de los míos.

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