martes, 1 de septiembre de 2015

EXTRANJEROS CLASEADOS


Los finales de agosto me sumergen en un mar de noticias que, sin solución de continuidad, van vomitando los medios de comunicación, fundamentalmente las imágenes televisivas: pateras llenando el Mediterráneo sin poder aproximarse a las costas, playas llenas de turistas tostándose al sol y sin prisas para nada, barcazas en las que se agolpan gentes de diversas edades que huyen de sus países, trenes hasta los topes que almacenan personas con las mismas intenciones, hileras interminables de fatigados con niños exhaustos de miradas indefinidas que lo juegan todo a la ruleta de la Europa Occidental, traspasos a gogó de futbolistas de un país a otro…, y los primeros insultos políticos inaugurando una temporada que se presenta repleta de acontecimientos importantes.
En esa sucesión se me reflejan las enormes diferencias entre unos y otros casos. Por una parte los turistas divirtiéndose (eso dicen y eso muestran con sus gesticulaciones exageradas) y los deportistas de primer nivel; por otra parte, toda esa fila inacabable de los que se afanan por conseguir llegar hasta donde entienden –acaso no saben muy bien en dónde se meten- que su vida puede desarrollarse con más dignidad.
Hasta la terminología los diferencia: mientras que unos son turistas, otros son inmigrantes; mientras que a unos se les recibe con todas las atenciones, a otros se les ponen barreras materiales y sociales de todo tipo; mientras a unos se les incluye en esas estadísticas de las que después se va a presumir y con las que se va a engañar a muchos ciudadanos, a los otros se les raciona todo y se les controla en busca del menor cupo posible. Los primeros vienen dispuestos a consumir; los segundos llegan con la petición de trabajar a cambio de un sueldo que les permita sobrevivir. La Europa envejecida y opulenta los mira como apestados y los más egoístas reclaman su control cuando no su expulsión inmediata.
Todos son extranjeros pero no todos engrosan las mismas listas. Para los más pudientes se habla de movilidad, de sol, de hoteles, de fiestas y saraos; mientras que a los más necesitados se les ponen concertinas y vallas de toda clase. Todos poseen la misma dignidad por ser personas, pero no a todos los dignificamos de la misma manera. Los hijos de unos son iguales a los de los otros, pero sus caras no expresan la misma angustia ni la misma situación.
Y, por si fuera poco, hasta los nombres los heredan. Los hijos de los extranjeros pobres que nacen en los países de llegada siguen siendo inmigrantes, tan solo rebajados por el apellido de “inmigrantes de segunda generación”. Los hijos de los extranjeros pudientes son españoles de nombre, de hecho y de todo derecho. A los primeros seguimos estigmatizándolos con el nombre, incluso después de ofrecerles otros muchos derechos, como son los de educación, sanidad, trabajo…
También con estos calores veraniegos sigue habiendo caminos que surcan diligentemente el cielo o las olas del mar con suavidad, y hasta los carriles de las autovías con rapidez. Hay otros que, por desgracia, lo hacen con más lentitud, con el cansancio a cuestas y con las ilusiones difusas y casi imposibles; de hecho, muchas se quedan por el camino, bajo el calor del sol, a la intemperie del viento o al capricho de las olas.

Y es que siguen existiendo billetes de distinta clase, y no es lo mismo viajar en clase turista que en clase preferente; ni lo es trasladarse en yate que en patera. Dónde vas a parar. Y lo peor es que el esclavo demasiadas veces sigue aplaudiendo al del yate mientras este le ordena y manda que se lo limpie.

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