Siempre proclamé ante cualquiera
que me quisiera escuchar que lo distintivo del ser humano es el sentimiento de
curiosidad, la comezón de preguntarse el porqué de las cosas, de todas, de las
más sencillas y de las más abstrusas. Y siempre he distinguido con el sello de
la cultos y más humanos a aquellos que creo que desarrollan esta cualidad.
La curiosidad elaborada es
propiedad del ser humano y es lo que lo ennoblece, lo que lo sitúa en un plano
superior, en el que es capaz de gozar, de sufrir y de progresar, de ser humano
en suma. Y digo elaborada porque es bueno que responda a criterios de razón y
no a simples instintos, pues este nivel de curiosidad también lo posee
cualquier otro ser animal.
Es esta una cualidad que se puede
desarrollar a lo largo de toda la vida y que lleva al “curioso” a conocer algo
mejor todo aquello que compone su mundo y su vida. La consecuencia es un
conocimiento y una vivencia más densa y personal, más sujeta al dominio individual
y mucho más participada.
Porque preguntarse el porqué de
los sucesos y de las cosas es ya conocerlos un poco mejor. Las cosas pueden
tener su esencia o no fuera de nosotros (esta es una disquisición ontológica
que no cabe en treinta líneas, ni acaso en muchas más), pero con nuestras
preguntas realmente las hacemos ser, las obligamos a presentarse en su
existencia, a dejarse ver ante nosotros. Cuando preguntamos estamos tratando de
descubrir aquellos aspectos y cualidades de las cosas que son las que nos interesan,
las que abarcan nuestros sentidos y las que nos van a servir para dominarlas y
para el intercambio con los demás seres. En realidad, preguntar por el porqué
es, más que descubrir, actualizar, hacer presente, activar la conciencia de lo
que me interesa de esas cosas, ponerlas a mi servicio, acotarlas en lo que yo
puedo conocer de ellas a través de mis sentidos y de mi razón. De las cosas,
más que conocer su esencia, me interesa conocer sus cualidades, aquellos
aspectos que la “humanizan” y la hacen aprehensible.
Preguntar es tal vez más
preguntar a las cosas que preguntar de las cosas, es establecer un diálogo
directo con ellas. Es como si al poner en marcha nuestra curiosidad realmente
ya partiéramos de algo conocido de manera global y lo que necesitáramos fuera
el análisis para tener planos cortos de las partes o de las cualidades que
conforman ese ser, esa cosa. Se diría que me interesa no tanto lo que es sino
cómo es, de qué manera se puede presentar ante mí para que yo lo conozca y me
apodere de ello. Esto implica que el ser tenga que ser en el tiempo y en el
espacio, ahora y aquí.
Mis sentidos y mi razón no dan
para más, aunque esto signifique reducir al ser a la existencia y a la
presencia ante mí, y tal vez quede empequeñecido por tener que darle límite
desde las carencias de mis capacidades.
Desarrollar la curiosidad posee
varios planos. Desde el instintivo hasta el más sesudo. Cada cual se
instalará e irá pasando de uno a otro
según sus esfuerzos, sus capacidades y el gustillo que le vaya cogiendo a la
curiosidad y al producto que de ella se extrae.
Toda una invitación y un programa
personal y colectivo. Habrá que pedir que se imponga en los programas
educativos y en los programas de los partidos políticos. Y, sobre todo, en la
conciencia de cada uno.
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