Ayer oía a una especie de
visionario popular, venido arriba por obra –cómo no- de los medios de
comunicación de masas, hablar de un pueblo que iba a celebrar no sé qué
conmemoración santa de esas que llenan de indulgencias a todos los asistentes,
a la par que ellos llenan de euros los establecimientos próximos al lugar. Se
jactaba de que ese lugar era uno de los únicos cinco que en el mundo cristiano
podía presumir de años santos y de reliquias sacrosantas.
Grave error, amigo. Tal vez no en
lo de las indulgencias, pero sí en todo lo demás. Porque reliquias hay para dar
y tomar en todas las esquinas, todo el ambiente está aromado del loor y del
olor de santidad que los innumerables restos han dejado en el ambiente. Y las
hay de todo tipo, grosor, medidas, tamaños y fórmulas: partes de cuerpos,
hábitos de santos, barros y pezuñas, mandíbulas, manteles, frascos, espinas,
mantos, cabezas, momias, pelos, uñas… De todo, que estamos que lo tiramos, en
las segundas rebajas y a punto de reponer material y escaparates.
Las reliquias son como los
asideros a los que arrimamos las manos como esperando que salgan de allí con
otra electricidad. Mejor es no analizar la historia de muchas de ellas para que
no nos vengamos abajo y mantengamos alguna ilusión tonta y de adormidera.
Pero sería bueno que lo
hiciéramos con algo de tino y de medida. Por ejemplo, ¿cómo es posible que a
santa Teresa la tengamos tan dividida por un sitio y por otro? Tenemos su
corazón y un brazo en una iglesia; un poco bastante arrugado el corazón pero
allí está, como buen ejemplo de donante de órganos. Un pie y la mandíbula se
han ido a Roma, a la capital del dogma y de los repartos de milagros, que algo
hay que agradecer. Otra mano se marchó hasta Lisboa, tal vez buscando mejor
clima que en estas tierras de Castilla donde cuando no reina el hielo reina el
fuego. Otro ojo y una mano se muestran en Ronda. El brazo en Alba… Y la mano
siempre con el dictador Franco, como amuleto infalible. Hasta su entierro,
según rezaba la canción, de la mano de don Pelayo, que apenas podía soportar
ciertos olores que le llegaban a la nariz.
No estoy seguro de que a la
andarina y fundadora le gustaran mucho este reparto y estas disputas. Y eso que
al menos etas se basan en elementos casi reales; otras no tienen ni el más
mínimo basamento histórico y solo sirven para alimentar simpleces y para dormir
conciencias. Luego vienen los exvotos, las novenas, los triduos y las fiestas
patronales de turno. Y así, entre cuento y cuento vamos dejando los días en el
tiempo, y nos vamos adormeciendo. Tal vez porque despertar sea demasiado duro.
Tal vez.
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