Ni todo metafísico es poeta, ni
todo poeta es metafísico (muchos creo que no llegan ni a físicos y solo se
quedan en tabernarios de ginebra de garrafa).Pero tal vez hay algo que los
aproxima y que los llama a formar compañía.
Hay filósofos que niegan a la
metafísica el valor de ciencia y procuran alejarla de sus indagaciones y de su disciplina;
se basan fundamentalmente en que, en su opinión, la razón tiene el alcance que
tiene y no puede indagar más allá de los sentidos porque, entonces, no puede
crear declaraciones con significado
racional y literal. En consecuencia, los mundos a los que aspiran solo se
pueden regir por normas diferentes a las racionales.
A los poetas les sucede algo
similar: en sus creaciones no respetan las reglas del razonamiento porque
aspiran a crear un mundo diferente, un mundo en el que lo que cuenta es la
emoción. Es en ese sentido en el que adquiere valor la creación, en el de ser
capaz de crear un mundo distinto al de la experiencia real. Tampoco el poeta
crea declaraciones con significado literal, sino literario, es decir, que
obedecen a otras normas distintas, a aquellas que sirven para crear emoción,
ideal al que todo se supedita.
Pero, a la vez, algo los
distingue. Los metafísicos, a pesar de saltar por encima de la realidad de los
sentidos, siguen aspirando a crear proposiciones lógicas y verdaderas, aunque
en un mundo que traspasa la realidad y la literalidad del lenguaje. El poeta,
en cambio, no aspira a la verdad sino a la emoción, es como si fuera
transgresor consciente tanto en el campo de la forma como en el del contenido.
¿Qué hacemos con estos grupos de “chiflados”
que se saltan a la torera las normas, aunque con distintas aspiraciones? Pues
llamarlos a compañía y al intercambio de expresiones y de intereses. ¿Quién
puede negar a un metafísico la belleza en la expresión, el uso de esos
criterios formales distintos y el logro de crear emoción y belleza al lado de la
reflexión, aunque sea acerca de aquello que traspasa la realidad y se instala
en el territorio de lo desconocido desde los criterios racionales? ¿Y quién
puede decir que el poeta no utiliza también con frecuencia declaraciones y
expresiones con sentido literal, por más que su reglamento se apoye en otras
normas distintas a las “normales”? ¿Y quién le puede negar que, además de la
emoción, no deslice con toda consciencia reflexiones que aspiren a superar los
criterios de verdad o de falsedad?
Voy a meterlos a ambos en la
misma botella y agitaré el contenido; me dará un metafísico poeta y un poeta
metafísico. Siempre que lo que se introduzca en la botella sea metafísica y
poesía en estado natural y no sean falsificaciones o sustancias de garrafón,
claro.
¿Y ahora qué haces? Deja ya la
teoría y dedícate a la práctica, venga.
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