El esquema me lo presta Tibor Fischer y yo se lo compro por
lo que me hace pensar.
Realmente el robo no es mal negocio, sobre todo si se trata
de cierto tipo de robos. Recuérdese aquel dicho popular que sentenciaba: “Quien
roba a un ladrón tiene cien años de perdón”. Aplíquese a un banco saneado (si no
lo está, lo saneamos entre todos en un momento) y se verá qué consecuencias
produce. Claro que, como dice el autor, esto hay que hacerlo “filosóficamente”,
o sea, entendiendo cuáles son los medios, los fines y los conceptos en que se
puede sustentar. Véase, si no.
En el fondo, un buen robo a un banco (Ay aquel “Atraco a las
tres” berlanguiano) no hace daño a nadie. La preparación causa emoción y
suspense al que lo va a realizar: su día resultará entretenido y poco anodino. Dicen
los economistas del régimen, o sea, los clásicos del sistema, que el dinero hay
que moverlo para que se estimule la economía. Pues venga, estimulemos la economía
con el cambio de lugar del dinero. (Me miro y me remiro y me reconozco malísimo
ciudadano y ladrón de bancos: tendré que aprender). Un buen atraco estimula los
corazones, hace circular la sangre de las emociones y descongestiona las venas;
la parada cardíaca no tiene nada que hacer. Además, el que quiera emociones de
otro tipo en los parámetros de películas de aventura no tiene mal lugar para
vivirlas en directo y como protagonista. Pero se puede poner más peripatético y
más meditabundo (o cabizbundo y meditabajo, como decía un amigo) y entonces le
manará el pensamiento acerca del valor de la moral, del dinero y de su
distribución, de la justicia social… (Cuidado que hay que atracar y no vamos a
estar todo el día en los preparativos o en el contexto conceptual, que la policía
no es tonta).
Quizá lo peor es que un pensamiento pausado tal vez nos lleve
a la desilusión. Porque vamos a ver, si terminamos el robo con éxito y nos
hacemos con el dinero, ¿qué vamos a hacer con él? Sospecho que, tras unos días
de silencio, volveremos a coger el saco lleno y volveremos a hacer la misma
ruta pero al revés: terminaremos con los billetes depositados tal vez en la
misma entidad bancaria, a buen recaudo y exigiendo al banquero férrea
vigilancia por si acaso esos asquerosos ladrones de banco tienen la mala
tentación de venir a robar. En este momento es cuando uno se puede venir abajo
moralmente pues termina dándose cuenta de que, en el mejor de los casos, todo
lo que hemos hecho ha sido sacar de paseo el dinero, airearlo y descolocarlo
para terminar almacenándolo en el mismo santuario.
Y es que no sé si merece la pena el atraco con estos
resultados. Tal vez habrá que explorar otras actividades más lucrativas. Pero
que a nadie se le olvide que, si se lleva a cabo un atraco, se puede hacer con
otro espíritu diferente. Tomémoslo con filosofía y busquemos el lado bueno de
las cosas, hasta de los atracos bancarios.
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