Palabras de Max Aub: “Para mí un intelectual es una persona
para quien los problemas políticos son problemas morales”.
La idea me parece que tiene triste actualidad en estos días
tan convulsos e inciertos. Cuánto se ha vulgarizado la palabra intelectual;
casi tanto como la de escritor. Esta última cualidad ya se le aplica a
cualquiera casi con que solo haya firmado un par de páginas, aunque no se haya
sometido a ningún criterio de calidad. Lo de intelectual parece que es cualidad
que ahora se emplea como definición de todo el que ejerce alguna influencia
sobre algún grupo más o menos extenso de personas. Qué manera de empobrecer el
concepto.
Necesitamos verdaderos intelectuales que sirvan de guía y de
faro para los demás, que alumbren los entendimientos e iluminen a los que
tienen menos capacidad o menos tiempo para pensar sus propias decisiones. No
para tomarlas por ellos (hay que aspirar a que eso sea algo personal e
intransferible), pero sí para que pongan encima de la mesa las variables más
sensatas y razonadas.
Sucede con todo. También con el asunto de Cataluña. Intervienen
elementos jurídicos, morales, sociales, emocionales, de vanidad…, hasta
religiosos. Si no sabemos jerarquizarlos y conjugarlos, el fracaso nos
perseguirá; si los confundimos y nos dejamos llevar por el empuje de la
corriente, terminaremos anegados; si sesgamos los datos, no haremos más que
confundir irresponsablemente a los demás… Y, por encima de todo, si no
sometemos todo a unos criterios morales, el enfrentamiento está servido. Si
unos no fundamentan las leyes en criterios razonados que son base de bienestar
de la colectividad, nos habremos quedado en puro juego escolástico; si los
otros engañan con ilusiones y castillos en el aire emocional, no habrá manera
de bajar a la tierra para sentarse serenamente, elevar la mirada y sumar para
ese bienestar general en lugar de buscarlo solo para unos pocos en detrimento
de los otros.
Nos jugamos mucho en la economía, pero nos jugamos mucho más
en los elementos morales y en una escala de valores que apunte a la suma y no a
la resta, al abrazo y no a la desconfianza, al futuro y no al pasado, a la
confianza y no al resquemor ni a los complejos de superioridad o de inferioridad,
a juntar esfuerzos y no a levantar fronteras, a ser solidarios y no a regatear
aportaciones, a abrir ventanas y no a cerrar puertas.
Necesitamos verdaderos intelectuales. Ahora tal vez más que
en otras ocasiones. Sin criterios morales abiertos y comprensivos, andaremos en
pelea de superficie, pero no ahondaremos ni echaremos raíces duraderas y
amistosas. Que haya suerte.
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