El tiempo político sigue turbio, en oposición clara a este
verano eterno que no nos deja y que nos mantiene sorprendidos. Ambos nos tienen
asustados y con el alma en vilo pues nadie sabe cómo puede terminar todo esto,
pero todo amenaza tormenta y aguacero, incluso el tiempo atmosférico, que, por
fin, parece que ya va adelantando nubes. En medio del barullo, puede que a
alguno se le hinchen las narices y se ponga a soplar fuera de orquesta.
Es este - el de hincharse las narices- un dicho que viene de
lejos y que se hace realidad con más frecuencia de lo que uno quisiera. Francisco
Cascales ya escribía esto en el siglo diecisiete: “Lo primero que miramos en el
que habla es el semblante; con este amamos, con este aborrecemos y con este
entenderemos muchas cosas antes de hablar. La ceja el soberbio y el que admira
la levantan; el que está triste la baja. Las
narices hincha el airado; la honestidad pide los ojos serenos; la vergüenza,
bajos; la ira, encarnizados de dolor, llenos de agua”. Y es que la cara el
espejo del alma, claro que sí, del interior de nosotros mismos, de nuestro
estado de ánimo, que no otra cosa es el alma.
Si el autor hubiera acertado en su emparejamiento de figuras
con estados de ánimo, bien podríamos intentar cautela, e incluso alejamiento,
de quien se muestra con las narices hinchadas y con las aletas de las mismas
abombadas. Pero lo malo no es la figura; lo peor es lo que refleja y lo que
esconde dentro. Cuando a uno le puede la ira, la razón pierde peso y se aleja a
las salas más oscuras. Entonces sacamos de nosotros mismos todo lo peor que
conservamos; y, además, lo hacemos sin control y en riada y aluvión.
El uso, como digo, es muy antiguo y frecuente. La Celestina,
fray Luis, Quevedo, Covarrubias… ya lo atestiguan. En concreto, este último, en
su riquísimo Tesoro de la Lengua, asegura que “la nariz suele ser indicio de la
ira; y así nasus es de raíz hebrea y nas equivale a ira”. Aunque lo más
importante es que el uso es popular y todo el mundo entiende su significado.
Los tiempos agrios exigen serenidad y templanza, sabiduría y
cautela, metas claras y pasos tranquilos, sentido común y buena voluntad. Todo
eso y mucho más. Lo único que no se necesita es ver a nadie con las narices
hinchadas: las fotos así salen muy feas y nadie se para a mirarlas con cariño.
¿Se entiende, verdad?
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