Se dice con frecuencia que, desde la época
clásica, se ha adelantado mucho en la técnica y en la ciencia, pero que no han
cambiado mucho los principios básicos en los que asentamos nuestro pensamiento
occidental. Yo también lo creo. Uno lee fragmentos (a veces es lo único que se
ha conservado), citas indirectas, o libros completos de los pensadores y
autores griegos o romanos y comprende mejor esta afirmación. En realidad, no es
difícil imaginar que, si no hubieran sido ellos, otros hubieran plasmado
después pensamientos parecidos y esos hubieran sido los primeros. En el fondo,
creo que casi todo es fruto de la observación y del sentido común. Sucede que
al primero que deja una anécdota o un pensamiento y es protagonista de los
mismos le concedemos la patente y lo mantenemos como celebridad y como si
hubiera descubierto el Mediterráneo. Sería bueno desmitificar también esto,
aunque no siento ningún pesar en batir palmas por estos pioneros en la
reflexión y en el pensamiento. Hasta tal punto, que recogeré, cuando me parezca
bien, alguna de estas historietas; no tanto por ellas mismas, sino por lo que
nos han adelantado y por el uso que pueden tener en el presente. Los pensadores
clásicos son personas como las demás, pero, como esos seres que realmente
merecen la pena, supieron enfrentarse a la realidad de manera diferente y por
eso chocaron con sus contemporáneos y dejaron su huella en enseñanzas que
continúan teniendo vigencia y nos llaman la atención.
Ahí va una. La reduciré mucho. Está
protagonizada por Tales de Mileto, aquel del teorema de Tales.
Estamos nada menos que en el siglo sexto antes
de Cristo. Tales era reacio al matrimonio y, fundamentalmente, a tener hijos. Solón,
el sabio Solón, le increpaba con palabras parecidas a etas: ¿Cómo puedes
negarte a tener hijos si es lo más hermoso que le puede suceder a un ser
humano? Tú esto lo tienes que entender muy bien pues eres uno de los seres más
inteligentes.
Tales seguía sin estar convencido de la bondad (o
acaso de la utilidad) de tener hijos y quiso explicárselo a Solón. Le tendió
una trampa a través de uno que se hizo pasar por forastero. El tal forastero
comunicó a Solón que había asistido al entierro de un joven. Le fue dando señas
y todas coincidían con las que lo identificaban con el hijo de Solón. Naturalmente,
la tristeza se apoderó de Solón. Fue entonces cuando Tales le espetó lo siguiente:
¿Entiendes ahora por qué no quiero tener hijos?
Menos mal que todo había sido un engaño.
La anécdota parece, a primera vista, decir
poco; pero ¿no abre todas las puertas a pensar en la vida, en su continuidad,
en las formas de familia, en la edad propicia para que los hijos “vuelen” por
su cuenta, en lo que significa el progreso y a costa de qué se produce, en el
egoísmo o en los sentimientos familiares, en…?
Porque Tales era un sabio y un filósofo, un
matemático y un astrónomo. Ah, y también un modorro y un bocazas. Pero nos dejó
esta historieta para que nuestro pensamiento se acuerde (“recuerde el alma
dormida…”) y se ponga en marcha. Luego ya es cosa de cada uno.
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