martes, 24 de abril de 2018

MÁS ALLÁ DE LA ANÉCDOTA



Se dice con frecuencia que, desde la época clásica, se ha adelantado mucho en la técnica y en la ciencia, pero que no han cambiado mucho los principios básicos en los que asentamos nuestro pensamiento occidental. Yo también lo creo. Uno lee fragmentos (a veces es lo único que se ha conservado), citas indirectas, o libros completos de los pensadores y autores griegos o romanos y comprende mejor esta afirmación. En realidad, no es difícil imaginar que, si no hubieran sido ellos, otros hubieran plasmado después pensamientos parecidos y esos hubieran sido los primeros. En el fondo, creo que casi todo es fruto de la observación y del sentido común. Sucede que al primero que deja una anécdota o un pensamiento y es protagonista de los mismos le concedemos la patente y lo mantenemos como celebridad y como si hubiera descubierto el Mediterráneo. Sería bueno desmitificar también esto, aunque no siento ningún pesar en batir palmas por estos pioneros en la reflexión y en el pensamiento. Hasta tal punto, que recogeré, cuando me parezca bien, alguna de estas historietas; no tanto por ellas mismas, sino por lo que nos han adelantado y por el uso que pueden tener en el presente. Los pensadores clásicos son personas como las demás, pero, como esos seres que realmente merecen la pena, supieron enfrentarse a la realidad de manera diferente y por eso chocaron con sus contemporáneos y dejaron su huella en enseñanzas que continúan teniendo vigencia y nos llaman la atención.
Ahí va una. La reduciré mucho. Está protagonizada por Tales de Mileto, aquel del teorema de Tales.
Estamos nada menos que en el siglo sexto antes de Cristo. Tales era reacio al matrimonio y, fundamentalmente, a tener hijos. Solón, el sabio Solón, le increpaba con palabras parecidas a etas: ¿Cómo puedes negarte a tener hijos si es lo más hermoso que le puede suceder a un ser humano? Tú esto lo tienes que entender muy bien pues eres uno de los seres más inteligentes.
Tales seguía sin estar convencido de la bondad (o acaso de la utilidad) de tener hijos y quiso explicárselo a Solón. Le tendió una trampa a través de uno que se hizo pasar por forastero. El tal forastero comunicó a Solón que había asistido al entierro de un joven. Le fue dando señas y todas coincidían con las que lo identificaban con el hijo de Solón. Naturalmente, la tristeza se apoderó de Solón. Fue entonces cuando Tales le espetó lo siguiente: ¿Entiendes ahora por qué no quiero tener hijos?
Menos mal que todo había sido un engaño.
La anécdota parece, a primera vista, decir poco; pero ¿no abre todas las puertas a pensar en la vida, en su continuidad, en las formas de familia, en la edad propicia para que los hijos “vuelen” por su cuenta, en lo que significa el progreso y a costa de qué se produce, en el egoísmo o en los sentimientos familiares, en…?
Porque Tales era un sabio y un filósofo, un matemático y un astrónomo. Ah, y también un modorro y un bocazas. Pero nos dejó esta historieta para que nuestro pensamiento se acuerde (“recuerde el alma dormida…”) y se ponga en marcha. Luego ya es cosa de cada uno.

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