Participé el sábado en un encuentro para homenajear a Luis Felipe
Comendador. Lo hicimos en Candelario. La elección del lugar, en este caso, no
es azarosa; pero ahí lo dejo, que eso me importa ahora menos. Se reunió gente
diversa y supongo que con una interpretación variada de lo que allí se
celebraba. No puedo, por ello, interpretar con certeza las intenciones de
todos. Pero sí creo que había algunas que son comunes.
Lo primero era congratularnos y felicitar al homenajeado porque
entendemos que su labor nos satisface y creemos que sirve de ejemplo para otras
personas. No es fácil ver por ahí a mucha gente entregando horas a hacer un
poco más felices a los demás: lo común es observar que cada cual anda a sus
intereses y -a ver quién explica eso- por desgracia, aplaudimos más a aquel que
más consigue para sí. Aunque tal vez sea muy injusto lo que acabo de apuntar,
pues pienso y se me vienen enseguida a la mente los casos de tantas personas
dadas a hacer la vida un poco más llevadera a sí mismas y a los que tienen a su
alrededor. Tal vez el caso de Luis Felipe sea más llamativo por ser más visible
y más notable desde los espacios y los tiempos en los que realiza su actividad.
Aplaudimos también toda la labor creadora y editorial, ya tan extensa y
valorada, aunque, en esta ocasión, menos citada y comentada. En fin, un
compendio de hechos y de actitudes que nos parecen loables. Lo llamamos rey
mago y yo lo hice Quijote en mis palabras. Andaba como perdido en la emoción y
el contento: no era para menos.
En segundo lugar, y con independencia de los valores del homenajeado,
que aplaudíamos, lo que latía tal vez en el ambiente era la constatación de que
hay gente que cree en otra escala de valores, que anda ya harta de asuntos
mostrencos y egoístas, que grita sin ser oída que la actividad bien se puede
orientar de otra manera. Y, lo que tal vez sea más enriquecedor y agradecido,
que otras actividades producen una satisfacción personal y colectiva que no se
paga con dinero. Me gustó mucho que Luis Felipe afirmara en público que en
realidad todo lo hacía por egoísmo -por egoísmo sano, se entiende- para
satisfacción de sí mismo. Ese es el punto más elevado de cualquier virtud, el
hecho de ejercitarla, no ya como esfuerzo y cumplimiento de un deber, sino como
satisfacción y agrado en la conciencia, a los que se ha llegado por la
repetición de los hechos, incorporados ya como algo natural e inevitable. Cuando
eso se consigue, ya no hay enfrentamientos con nada ni con nadie, solo alegría
y contento con uno mismo. Y ya no hay que sermonear demasiado a nadie ni
justificar nada: el que quiera que se sume y el que no que siga su camino
tranquilamente.
Iba con alguna duda de que alguien cayera en la tentación de hacer
espejo sucio y trazo grueso de “los de la otra parte” que niegan a esta parte
su reconocimiento (perdón por la perífrasis: pensad y entenderéis), pero todo
fue limpio y elegante. Y me alegré por ello. Lo he escrito hace un momento: el
que quiera que venga, y el que no que se aparte y no moleste, que siga su
camino.
Terminamos cantando y tomando unos vinos bien contentos, con ambiente de
agrado y optimismo. Son pequeños empujes para seguir viviendo y animándose
juntos, por causas y actitudes que merecen la pena y producen dividendos muy
sabrosos.
Hoy es a Luis Felipe. Enhorabuena. Mañana serán otros por lo mismo. Son
pequeñas hogueras que dan calor muy vivo en medio de este mundo donde hace
tanto frío.
1 comentario:
Gracias, colega.
LF Comendador
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