MÚSICA EN EL TALLER DE LA
PALABRA
Primero fue engolfarte en la inocencia:
las onomatopeyas a concurso:
¡On, on!, graznaba el ganso en su garganta,
¡Miau! recitaba el gato, y el aullido
del perro era un ¡Guau! ¡Guau! bien sostenido
contestando al ¡Cri, cri! de un pobre grillo,
el parpeo del pato ¡Cuaa! ¡Cuaa! ¡Cuaa!,
o el gruñido del cerdo ¡Oenc! ¡Oenc!,
todo lanzado al viento de la tarde
desde el ¡Quiquiriquí! de un gallo altivo.
Después fuiste forjando otras palabras,
moldeando sus formas más complejas:
cultismos, invenciones, parasíntesis,
apócopes, aféresis, metáforas,
calcos, siglas o formas derivadas
y otros moldes de forja muy diversa.
Así, entre el ¡Mua! sabroso de los besos,
el ¡Hip! ¡Hip! de los hipos o el ¡Achís!
de un extraño estornudo,
comenzó un buen concierto de vocablos,
de formas y de ideas que te hicieron
sentirte confortable y aspirante
a ser novicio atento y entusiasta
en el taller feliz de la palabra.
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