miércoles, 3 de octubre de 2018

SIEMPRE ESCRIBO DE LO MISMO


       
A veces me pregunto por qué escribo casi a diario y por qué lo hago en este formato de ventana reducida. Repaso y encuentro lo que sin buscar sé que contienen estas páginas, ya tantas y diversas. Y lo que encuentro es que el fondo más extenso, la nube que todo lo cubre, el ambiente más sólido vuelve sus ojos hacia mí mismo.
Esto me plantea la pregunta de alcance, que es lo que aquí interesa: ¿qué es lo que vierte cualquier escritor en lo que hace? La respuesta me llama enseguida a la puerta, la dejo entrar y se sienta conmigo. Un escritor, o un escribiente, no tiene otra cosa ni otro fondo que su propia historia; si no recurre a ella, no le queda otro remedio que copiar a los demás. Y aun esta última fórmula no será más que una imprecisa y burda historia de sí mismo. Es así de absoluto y de diáfano. O sea, que la respuesta tiene pocas aristas: escribo de mí mismo. Porque nacemos vírgenes, pero nos vamos impregnando de nosotros mismos a medida que el tiempo nos ocupa y terminamos siendo copias de la suma de todos los días anteriores. A medida que pasan los años, uno busca más y más en el cubo de la basura todas aquellas hojas del calendario que se han ido cayendo del mismo, dejando tan solo un aroma que se va alejando sin ruido y sin protesta. En ellas me detengo, las rescato y las vuelvo a leer. Yo sé que no son las mismas, y que no pueden ni deben serlo: la historia no se repite; si acaso, se reestrena con papeles distintos, con ropas diferentes y con tonos más cálidos o fríos. Pero hay aromas dulces que avivan el recuerdo y se mezclan con otros con sabor a vinagre. Todos mandan aviso de algo de lo que fueron, son como formas débiles de realidades sólidas más fuertes. Con todos hago un guiso que me sirve y me sacia, que me deja consciente de que soy habitante que quisiera vivir con el pobre y no con la pobreza, con cualquier ciudadano y no con el gentío, que ando en el atardecer de esa ruleta que dicen que es la vida, que yo mismo atardezco sin remedio, mirando con sorpresa el horizonte, cada vez más cercano y menos luminoso. Tengo que confesar que muchas veces me considero intruso en esta vida, como un canto rodado en una esquina, que mira y no comprende muchas cosas, que no quiere acudir a la llamada bulliciosa de los ruidos de fuera, que se esconde en terrenos estrechos, tal vez por timidez, tal vez por desengaño, que a veces se ve envuelto en el desánimo y asentado en la mesa de la sinceridad.
Somos solo pasado en el presente y futuro que aguarda y nunca llega, somos copias continuas de nosotros mismos que se van degradando poco a poco, somos la fugaz belleza de una rosa que se va cultivando con riegos y sequías, que enseña las esencias del aroma y el dolor que provocan las espinas.
Hay que seguir regando con el agua que llega desde el fondo del pasado. Y hay que dejar también que el jardinero se siente a contemplar sus jardines y respire y se deje y se perfume, y se sienta la flor de su cultivo.

1 comentario:

mojadopapel dijo...

Todo el derecho del mundo.