lunes, 1 de octubre de 2018

ATANDO CABOS



Habrá que doblar el mapa y gritar que el norte también existe. De él vuelvo contento, después de pasar algunos días en la ciudad de Oviedo. Asuntos familiares me han llevado hasta ese paraíso natural llamado Asturias, a ese vergel siempre verde y limpio en el que Juan Pablo sigue gastando muchos meses dando cuerpo al traspaso de un proyecto informático del que apenas entiendo casi nada. Es igual, poco importa: él sigue a sus asuntos y nosotros únicamente le acompañamos con nuestra presencia. Así recargamos pilas familiares, conocemos los valles y los pueblos, paseamos por la ciudad, cuando esta no duerme la siesta, y vamos viendo pasar el tiempo y tal vez añorando próxima cercanía. Son días que me sacan de la rutina, perezosa y a la vez agradable, en la que me encuentro y me airean la vista y la certeza de que cada vez me encojo más en mi familia y en mi círculo más reducido. Acaso como signo de escepticismo y de desconfianza en demasiadas cosas que por ahí circulan y me rozan.
El caso es que regreso y ya me pongo al día. Estamos en octubre y el verano se alarga, por más que los días se acorten y las mañanas empiecen a sugerir la presencia del frío.
HACE hoy exactamente un año, se vivieron en Cataluña los peores sucesos de todo el período democrático. Y veo que la gente anda de celebración y de protesta en las calles. Los hechos vienen a demostrar que estamos igual o peor que entonces. No tengo madera de gobernante ni sé qué coño encontrarán en el poder los políticos que se agarran a él como si les fuera la vida. Pero, sea como sea, tienen que ejercer o marcharse. Y no lo tienen fácil.
De todo lo que sucedió sigo teniendo medio claras algunas cosas.:
Los gobernantes catalanes dieron un golpe de estado, por más que no hubiera violencia física.
Este hecho acarrea unas consecuencias legales que tienen que determinar los poderes judiciales de acuerdo con la legislación vigente. Ellos y nadie más que ellos, con independencia, sin presiones y lejos de cualquier manifestación verbal de los ciudadanos. A mí, por ejemplo, también me gustaría que los encarcelados no estuvieran en prisión provisional; pero no soy juez ni me corresponde aplicar las leyes.
No tengo nada claro que los ciudadanos lesionados pasaran del millar: no sé dónde están los certificados médicos o atestados que los confirmen. No tengo pruebas para afirmar lo contrario, pero no me creo el relato de los dirigentes catalanes. Ganarían el relato de los hechos con quien lo ganaran, pero no conmigo.
Si la acción de la policía fue desproporcionada, en un estado democrático tiene dos soluciones. La primera es judicial e implica la denuncia de los que mandaron a los policías y la resolución judicial que corresponda. La segunda tiene carácter político y tiene que ver con el aplauso o la reprobación de esos mismos dirigentes en los lugares de representación pública.
La raíz de todo el conflicto -esto sí lo tengo más claro- es de origen político y tiene que ver con el sujeto de soberanía, con el reconocimiento de quién puede decidir y sobre qué puede decidir.
Si el ámbito de decisión es estatal, no entiendo qué impedimento tiene nadie para promover un cambio en la constitución para que ese sujeto pueda ser modificado. Una democracia lo permite perfectamente.
Si se cambiara el sujeto de soberanía, se pondrán a la cola otras comunidades o territorios más pequeños que el total para pedir que a ellos se les concedan los mismos derechos. De otra manera, si solo se concede esta posibilidad a un territorio menor, el efecto de agravio parece más que evidente e invitaría a pensar enseguida en que solo territorios ricos ejercerían tal derecho.
Prefiero que el clima sea más relajado, si es que acaso lo es, como dicen. Pero me pregunto en qué es más relajado. Los sucesos de hoy no confirman precisamente eso.
Finalmente, una observación para el futuro. La buena voluntad del PSOE en este proceso corre un peligro doble. El primero es el de que la falta de avances dé alas a los más radicales y empeore todo el contexto en una marcha atrás irreversible. El segundo es el de morir políticamente en el intento: hay demasiados ejemplos históricos como para pensar en ello. A pesar de mi visión de las cosas, menos me importaría el segundo que el primero.

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