martes, 3 de septiembre de 2019

CONTRACORRIENTE



Mira que es fácil dejarse llevar a favor de la corriente y encontrarse tranquilo en el remanso de las aguas, donde te aplauden y te “ajuntan” en el coro de los buenos. O tal vez no debe de ser tan sencillo pues a mí reconozco que me cuesta, por más que me encuentre solitario y a veces mohíno pensando que no puedo tener razón cuando tantos -y en este caso tantas- se explayan en sentido contrario. Veamos.
He dedicado un par de días a la lectura del libro 20 maneras de quitarse el sombrero, de la autora Elvira Lindo. En este formato reducido en el que me manifiesto, las explicaciones solo pueden ser las justas y los matices solo se vislumbran: qué le vamos a hacer. La lectura me ha dejado un sabor agridulce, como me lo vienen dejando otras lecturas de asunto parecido.
En el libro se recogen diversas maneras en las que mujeres destacadas se han rebelado contra los sistemas que oprimían su desarrollo y el de su libertad a la hora de organizar su vida. El título seguramente hace referencia a aquellas mujeres que, a comienzos del siglo veinte, decidieron mostrar su rebeldía en Madrid con ese signo externo de vestimenta: Concha Méndez, Maruja Mallo… A partir de la lectura, anoto algunas consideraciones:
Que la historia del género femenino es para llorar durante mucho rato no ofrece discusión ni atenuantes: es tan evidente como que en verano hace calor y en invierno frío.
Que repetirlo una vez y otra y otra más puede llevar al hartazgo y al rechazo creo que tampoco es improbable. Yo, a estas alturas del misterio, estoy un poco cansado y me pongo de perfil.
Elvira Lindo es escritora de mi gusto. Por ejemplo, soy fan de pocas cosas, pero que no me toquen a mi Manolito Gafotas porque puedo matar:  posee una ternura infinita.
La imagen de desenfado que como autora y persona ofrece Elvira Lindo también me resulta atractiva.
Cualquier persona debe ser dueña de su vida, empezando por lo más próximo y elemental, su propio cuerpo y sus propios deseos. Al fin y al cabo, el cuerpo es lo primero, y tal vez lo único, que poseemos.
Poner como ejemplo mujeres que trataron de llevar a la práctica esa libertad y además con notables resultados culturales puede parecer que no es mal ejemplo… Pero… Y ahora vienen mis peros y mis reticencias.
Buscar celebridades solo en el campo literario y del famoseo es reducir la realidad a la mínima expresión y dejar por el camino a casi todas las mujeres, que también dejaron ver sus afanes desde contextos más humildes y menos llamativos.
Llevarse casi todo el género a las calles de Nueva York y de los Estados Unidos es otra vez muestra del papanatismo que aquellos territorios inyectan en tanta gente.
Descubrir en casi todos los ejemplos que la libertad se ejerce desde el mundo de la desestructuración familiar, el alcoholismo, la drogadicción y el arrobamiento ante la fama no creo que sea la mejor manera de poner en un pedestal a nadie. Otra vez la imbecilidad del glamour nos ha jugado una mala pasada y nos hemos dejado llevar por lo efímero y el instinto, lo más cercano que tenemos al mundo animal.
En el último capítulo, Elvira Lindo -parece lógico que así lo haga- describe algunos rasgos de su vida. Como si fuera otro ejemplo de lo que ha contado antes. Resulta sencillo, pero poco consistente, si no se tienen en cuenta los contextos en los que cada cual desarrolla su vida. Y muy poco se dice de lo que el grupo exige y da al individuo. Sin tener en cuenta ese complejo mundo, todo queda demasiado simplificado.
De modo que a quitarse el sombrero, claro que sí, pero cuidado, a ver si se nos ve la calva demasiado y el sol nos pica más de la cuenta. Que Hollywood alumbra, pero sus focos ciegan con frecuencia y no son de mi equipo titular: “Del cine americano ni los créditos: / que se los queden todos en la alfombra roja”.
Venga ya.

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