Los otros, claro, son los representantes públicos, quienes,
después de cinco meses de celebradas las elecciones generales, nos tienen a
todos pendientes y con la desilusión a cuestas. A estos se les puede dejar
menos tiempo solos.
Como me sucede siempre, no tengo ningún interés en la
equidistancia y tengo la certeza de que simplificar demasiado todo es caer en
la demagogia barata y mentirosa. No, claro que no, no todos tienen la misma
culpa del fracaso, pero todos tienen una parte de esa responsabilidad. Tampoco
me importa saber quién va a ganar la guerra del relato, que será, sin duda, la
base de la ya inminente campaña electoral. Será más importante analizar con
calma y sosiego las causas y señalar sin pudor las consecuencias.
A mí nadie me ha concedido representación pública: solo puedo
hablar en mi nombre y en el de la sensatez que haya podido adquirir; es más,
tengo la impresión de que, en el día a día, prácticamente nadie se siente
interpelado por las opiniones que vierto por aquí y por allá. Pero tengo la
libertad de seguir opinando, a pesar de todo. Y, aunque sea débilmente y a
trompicones, sigo pensando y hasta expresando mis opiniones.
Vuelvo a señalar la diferente facilidad con la que se ponen
de acuerdo para gobernar la llamada derecha y la llamada izquierda (ahora
llaman a Unidas o Unidos Podemos de izquierda cuando ellos mismos, en su
constitución, renunciaban a los apelativos de izquierda y derecha: y no
entiendo nada).
Quizás no sea lo mismo tener ideas que tener intereses. O al
menos que predominen las unas o los otros. Tal vez por ahí tengamos alguna
respuesta al asunto del entendimiento entre diversas fuerzas de izquierdas o de
derechas.
¿En qué medida influyen los egos de los líderes frente a los
esquemas ideológicos? Si influyen mucho, mejor sería alejarse de ellos como de
la peste.
¿Y las perspectivas electorales para ceder o dejar de ceder?
Si en la democracia casi todo el esfuerzo se nos va en ganar o perder
elecciones, convendría darle una vuelta teórica a todo esto.
Parece que cada día se abre más paso la certeza de que el
asunto de la estructura territorial del Estado está en la base de las
dificultades para ponerse de acuerdo. Ahora lo van reconociendo los analistas
más sesudos.
Vaya por dios. ¿Tan difícil era descubrirlo que hasta yo mismo lo venía
afirmando desde el primer día?
¿Cómo se explica que el presidente del Gobierno, no hace casi
nada, se pasara el tiempo señalando la necesidad del diálogo con los
independentistas y ahora les parezcan poco menos que la sombra del diablo? ¿Es
que no sabía lo que había antes, que era lo mismo que hay ahora?
¿Cuál es la explicación para que los independentistas (sobre
todo los catalanes, pues los vascos han andado siempre vergonzosamente a la
pela y solo a la pela) parezcan ahora mismo corderitos o madres de la caridad?
¿Acaso no pueden pensar que, en muy altísima parte, sus posiciones son la base
y el principio del problema?
¿Por qué esa manía de descalificar por anticipado a lo que
llaman derecha y extrema derecha afirmando que se abre la puerta para todo tipo
de retroceso negativo con solo nombrarla? Jugar a la contra y deseando el
fracaso del contrario no es postura positiva ni creo que responsable. Me
declaro militante testimonial y votante de izquierdas, pero creo que la gente
de derechas tiene también dos ojos, dos orejas, come y va a la compra… O sea,
que son personas como todos los demás. Es más, les concedo la confianza de que
también desean para la comunidad lo mejor, aunque con otros métodos y con otra
escala de valores. Lo que tengo que hacer, por tanto, no es descalificarlos por
principio, sino combatirlos en cada momento con la palabra y con las ideas que
me marque la razón. Y lo mismo, por supuesto, exijo de ellos para conmigo.
¿Para cuándo Unidas Podemos va a poder ser considerado un partido
cohesionado y reconocible como tal en todo el territorio? ¿Realmente se puede
interaccionar y negociar con una mezcolanza confederal de grupos que no saben a
veces ni cómo se llaman en todos los territorios? No es una exageración: le ha
sucedido a Pablo Iglesias en campaña electoral eso de no saber cómo se llamaban
en algún sitio.
¿Señalarán los partidos políticos en la siguiente campaña
cuáles son los asuntos inamovibles en su política y aquellas soluciones
posibles y legales que puedan aportar para solucionar los principales problemas
planteados en España? Y, por favor, hablen de esto, no de los vetos que
anticipadamente ponen a sus oponentes: esto atizará el morbo en los medios de
comunicación y será pregunta machacona cada día. Mándenlos a la mierda, por
favor, no hagan caso de ellos. Primero son las elecciones, pero después hay que
hacer el país gobernable.
Con estas y otras muchas variables, empezaremos un nuevo
camino hacia las urnas. Tampoco hay que escandalizarse demasiado por este
ejercicio de ciudadanía. A pesar de que las circunstancias que nos han
convocado a ello no sean las más ilusionantes.
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