Dos de septiembre, lunes, empieza a sucederse como si nada
todo lo que era raro y especial, todo lo que no tiene mucho sentido, pero que
está ahí, conformando nuestra vida.
He enchufado la tele un rato y me he topado con un programa
que cambia de presentador, pero que sigue buscando y reuniendo para el
espectador momentos de todas las televisiones que se prestan a la risa y la
crítica fácil. Ya se cuidan muy bien de no seleccionarse a sí mismos.
Hablaba una chica (el programa es coral) y se jactaba de que
era muy empática. Yo supuse
enseguida que seguramente tampoco tendría que esforzarse mucho para empatizar.
Confieso que o no había oído nunca tal adjetivo, o no me
había fijado en su uso. Viendo a la presentadora, pensé primero que acaso
quería decir que era simpática, pero
la seguridad y el tono con el que pronunció la cualidad de empática, que decía que la adornaba, no me dejó lugar a ninguna
duda: la muchacha era empática y ya
está.
Me gusta mucho esta familia de palabras porque es numerosa y
porque creo que se presta a bastantes juegos. El gen de toda esta tribu está en
el abuelo latino patere, que se
conserva en nuestra lengua en padecer.
Después se le han ido prohijando prefijos y sufijos hasta llenar una tribu: simpático, compadecer, simpatizar, compasión…
Imaginarse que simpático tiene que ver con padecer parece algo extraño, pero ahí
están, compartiendo significado.
Sucede que las lenguas son organismos vivos y que sus
palabras cambian tanto en su significante como en su significado. Y así, al simpático de turno no lo hemos asociado
con el que comparte con los demás penas ni dolores, sino a aquel que es capaz
de devolver la pelota y de provocar que nosotros padezcamos con él; eso sí, desde el lado más placentero. Por eso
nos resulta simpático.
No se me ocurre cómo se puede lograr tal cosa si no es desde
una escala de valores próxima y sintiendo como positivo o negativo lo que el
otro a su vez siente. Ya se ve, por tanto, que padecer, el abuelo de la familia, se puede hacer en positivo o en
negativo. Nosotros, por si acaso, solo nos hemos apropiado del terreno negativo:
vaya por dios.
¿Por qué, pues, no nos hemos conformado con la palabra simpático y simpatizar? Misterios de la
lengua. Es que las palabras luchan también por llegar a los puestos de
responsabilidad, no crean que no; y se van dando codazos unas a otras para
hacerse un hueco y subir en la escala para adueñarse de más dominio.
Yo creo que simpático y
empático se han dividido el terreno
y han llegado a un acuerdo: la mitad para ti y la mitad para mí. De este modo,
lo de simpático lo dejamos para el
otro y lo de empático nos lo
apropiamos nosotros mismos.
Y, entonces, ¿seré yo
simpático o seré empático? O las
dos cosas. O ninguna. Vaya un trajín de palabras, es que no paran de moverse y
de dar guerra.
¿Y vosotros qué sois?
Entre páticos anda
el juego.
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