jueves, 16 de julio de 2020

EL JUICIO Y EL LAMENTO


EL JUICIO Y EL LAMENTO

“La filosofía arranca del primer juicio. La poesía, del primer lamento”. Tal cosa escribe y afirma el poeta León Felipe. ¿Tiene razón? ¿Tiene razones? ¿Cuántas y cuáles? ¿Tiene solo parte de razón? ¿Es un disparate?

Como me sucede casi siempre, no tengo respuesta definitiva. Se me disculpará un poco más a mí, que escribo y creo poesía bastante reflexiva, en la que se mezclan las emociones con las razones.
Tal vez, como tantas veces, casi todo se dilucide en los grados de un ingrediente y de otro. No discutiré que la filosofía se nutre de la razón y en ella encuentra sus límites. Tampoco que la poesía crea un mundo paralelo en el que la emoción (en forma de lamento o de alegría o de sorpresa o de cualquier otra variable) señala el camino y mantiene la exigencia.

Pero la filosofía, en su trabajo racional, encuentra nuevas conclusiones, y en ellas se recrea y hasta se emociona. La poesía, ya sea en su proceso de conocimiento o de comunicación, también tiene que basarse en un referente, primario o final, que deje al creador situado en unos parámetros legibles e interpretables.

Si un lector se detiene en el filósofo Hume, por ejemplo, al final de la lectura tiene que sentir -y no solo pensar- que algo en su interior se ha removido. Si lo hace con el poeta san Juan de la Cruz, su escala de valores emocional se habrá sometido a alguna reconstrucción o afirmación de tipo racional.

Da, pues, la impresión de que filosofía y poesía recorren el mismo camino y en él se cruzan y se dan la mano. Cada una con su vestimenta y con su horario de trabajo. Cada cual con su herramienta, pero ambas con una meta bastante próxima.

Lo importante es que ambas nos deberían mostrar un mundo más claro, más humano y más ilusionante. O lo contrario, porque los resultados no los conocemos nunca hasta que finaliza el proceso.

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