domingo, 12 de julio de 2020

GRACIAS, PLATERO


 GRACIAS, PLATERO
Con frecuencia y alegando cualquier pretexto, viene a visitarme Platero, aquel burro del sur que se hizo eterno y amigo para siempre de todo el mundo. En cuanto oigo su rebuzno, le abro la puerta y le doy paso, lo acaricio y lo miro minuciosamente desde sus orejotas hasta las pezuñas de sus patas. Nunca lo he visto triste en sus múltiples visitas y siempre lo he considerado como un viejo amigo que quiere pasar un alegre rato conmigo.
Quiero decir, claro, que la lectura de este libro de imágenes y postales moguereñas, que sirven para cualquier museo natural, completa un mar de ternura y de borrachera léxica. Nunca me ha dejado indiferente su lectura. Siempre he visto en él un ejemplo sublime de lo que es un torrente de imaginación en lo externo y en lo interno. De lectura no sencilla si se quiere uno empapar del mar de imágenes que componen cada cuadro y asumirlas todas en nuestra visión particular. Pero, como los niveles de apropiamiento pueden ser muy variados, lo considero una fuente extraordinaria para la aproximación, tanto a la lectura, como a la creación. De su simple imitación, pueden salir pozos llenos de agua fresca y mundos de colores.
¡Cuántas veces Platero ha guiado a mis alumnos en el aprendizaje tanto de la lectura como de la escritura! Me hubiera gustado que lo hubiera hecho también, y sobre todo, en el del camino maravilloso del desarrollo de la imaginación personal. Y, por supuesto, a mí también me ha servido y me sirve de referente.
Por eso las visitas de Platero son tan bien recibidas en mi casa y en mi rincón. Y, cuando el burro se despide, siempre queda emplazado para una nueva ocasión. Porque yo sé que es mentira la muerte de Platero, aunque JRJ se empeñara en pintárnosla de manera tan sencilla como sugerente. Así lo hacía y así lo recojo yo hoy aquí, a pesar de que Platero es y será universal y eterno.
Encontré a Platero echado en su cama de paja, blandos los ojos y tristes. Fui a él, lo acaricié hablándole, y quise que se levantara...
El pobre se removió todo bruscamente, y dejó una mano arrodillada... No podía... Entonces le tendí su mano en el suelo, lo acaricié de nuevo con ternura, y mandé venir a su médico.
El viejo Darbón, así que lo hubo visto, sumió la enorme boca desdentada hasta la nuca y meció sobre el pecho la cabeza congestionada, igual que un péndulo.
—Nada bueno, ¿eh?
No sé qué contestó... Que el infeliz se iba... Nada... Que un dolor... Que no sé qué raíz mala... La tierra, entre la yerba...
A mediodía, Platero estaba muerto. La barriguilla de algodón se le había hinchado como el mundo, y sus patas, rígidas y descoloridas, se elevaban al cielo. Parecía su pelo rizoso ese pelo de estopa apolillada de las muñecas viejas, que se cae, al pasarle la mano, en una polvorienta tristeza...
Por la cuadra en silencio, encendiéndose cada vez que pasaba por el rayo de sol de la ventanilla, revolaba una bella mariposa de tres colores...
Todo sencillez, todo precisión, todo ternura, todo… belleza y hermosura.

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