...
PARA QUE TODO SIGA IGUAL
Es la segunda parte de la
conocida frase “cambiar todo para que todo siga igual”. Uno tiene la impresión
de que es el empeño en el que andamos metidos en estos momentos convulsos.
La pandemia nos ha
pillado a todos con el pie cambiado y no sabemos cómo reaccionar para tomar las
riendas de esta descomposición. Los de casi siempre encuentran la ocasión
propicia para dar palos al muñeco sin considerar contextos ni situaciones. Es
su costumbre y su modo de comportarse, pues lo que les vale son los resultados
a corto plazo y casi nada o nada los medios para conseguirlos. Pobrecillos. Los
otros se ven descolocados y sobrepasados en sus decisiones, pues todo les
llueve del cielo sin tener ni paraguas ni chubasquero. De ese modo, asistimos a
disputas que dan pena y desaniman a la comunidad, producen desaliento y ponen
al enfermo en disposición poco positiva para encarar la enfermedad. Y buena
parte de la curación está precisamente en la disposición anímica del enfermo y
en el ambiente de unión o de desunión en el que se produzca el proceso de la
dolencia.
Por si fuera poco, ahí se
asoma ya la gravísima crisis económica, el cambio climático se cuela por todas
las rendijas, las discrepancias en algunas de las grandes corporaciones que nos
sustentan (UE sobre todo) son evidentes y no nos favorecen precisamente, y todo
parece empujar a crear un ambiente de desánimo y de falta de espíritu positivo.
A
grandes males, grandes remedios. Es otra frase que
conocemos todos. De una crisis se puede salir fortalecido o debilitado. Al fin,
crisis significa cambio brusco en el
desarrollo de un proceso. El cambio brusco nos ha venido dado; nuestra
misión es encauzar ese cambio hacia una solución positiva para cada uno y para
la comunidad.
Si la superación de la
crisis sanitaria, económica y social la vamos a encontrar en la reapertura
rápida de los cauces del turismo y del sector servicios sin control y de una
actividad que tiene al país medio año atiborrado de gente y otro medio vacío,
volveremos a entrar en la misma situación en la que estábamos antes de la
pandemia. No explotar los recursos naturales parece cosa de tontos, pero poner
todos los huevos en la misma cesta también encierra el peligro de que se nos
rompan y nos quedemos a la intemperie y con un final como el del cuento de la
lechera. Diversificación y previsión se llama todo esto. Y tecnificación,
industrialización o escala de valores. Para ello, claro, hay que dibujar un horizonte
común al que miremos todos.
Es verdad que la
necesidad acucia, que cada día hay que comer dos o tres veces y que esto no
admite demoras. Ese es el lugar y el momento de la comunidad, de la solidaridad
y de la justicia social. Nadie puede quedarse atrás sin unos mínimos.
Pero dejarnos llevar por
esas prisas que nos empujan en el cogote es caer en la tentación de encontrar
pan para hoy y hambre para mañana. Los economistas, los filósofos, los
sociólogos, los políticos, los barrenderos, los comerciantes…, todos los
miembros de la comunidad tienen que ponerse al servicio de una misma idea, la
del bien común como fórmula menos mala de convivencia y de superación de las
debilidades.
Hay que dibujar un nuevo
horizonte, otra manera de encarar el futuro, que sean más solidarios y
diversos. Si no encontramos ese nuevo horizonte, moriremos en el intento de
cambiar todo para, desgraciadamente, no haber cambiado nada. Esta es una buena
oportunidad que no deberíamos desaprovechar. Desde todos los ámbitos, también
desde el individual.
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