viernes, 10 de julio de 2020

...PARA QUE TODO SIGA IGUAL


... PARA QUE TODO SIGA IGUAL
Es la segunda parte de la conocida frase “cambiar todo para que todo siga igual”. Uno tiene la impresión de que es el empeño en el que andamos metidos en estos momentos convulsos.
La pandemia nos ha pillado a todos con el pie cambiado y no sabemos cómo reaccionar para tomar las riendas de esta descomposición. Los de casi siempre encuentran la ocasión propicia para dar palos al muñeco sin considerar contextos ni situaciones. Es su costumbre y su modo de comportarse, pues lo que les vale son los resultados a corto plazo y casi nada o nada los medios para conseguirlos. Pobrecillos. Los otros se ven descolocados y sobrepasados en sus decisiones, pues todo les llueve del cielo sin tener ni paraguas ni chubasquero. De ese modo, asistimos a disputas que dan pena y desaniman a la comunidad, producen desaliento y ponen al enfermo en disposición poco positiva para encarar la enfermedad. Y buena parte de la curación está precisamente en la disposición anímica del enfermo y en el ambiente de unión o de desunión en el que se produzca el proceso de la dolencia.
Por si fuera poco, ahí se asoma ya la gravísima crisis económica, el cambio climático se cuela por todas las rendijas, las discrepancias en algunas de las grandes corporaciones que nos sustentan (UE sobre todo) son evidentes y no nos favorecen precisamente, y todo parece empujar a crear un ambiente de desánimo y de falta de espíritu positivo.
A grandes males, grandes remedios. Es otra frase que conocemos todos. De una crisis se puede salir fortalecido o debilitado. Al fin, crisis significa cambio brusco en el desarrollo de un proceso. El cambio brusco nos ha venido dado; nuestra misión es encauzar ese cambio hacia una solución positiva para cada uno y para la comunidad.
Si la superación de la crisis sanitaria, económica y social la vamos a encontrar en la reapertura rápida de los cauces del turismo y del sector servicios sin control y de una actividad que tiene al país medio año atiborrado de gente y otro medio vacío, volveremos a entrar en la misma situación en la que estábamos antes de la pandemia. No explotar los recursos naturales parece cosa de tontos, pero poner todos los huevos en la misma cesta también encierra el peligro de que se nos rompan y nos quedemos a la intemperie y con un final como el del cuento de la lechera. Diversificación y previsión se llama todo esto. Y tecnificación, industrialización o escala de valores.  Para ello, claro, hay que dibujar un horizonte común al que miremos todos.
Es verdad que la necesidad acucia, que cada día hay que comer dos o tres veces y que esto no admite demoras. Ese es el lugar y el momento de la comunidad, de la solidaridad y de la justicia social. Nadie puede quedarse atrás sin unos mínimos.
Pero dejarnos llevar por esas prisas que nos empujan en el cogote es caer en la tentación de encontrar pan para hoy y hambre para mañana. Los economistas, los filósofos, los sociólogos, los políticos, los barrenderos, los comerciantes…, todos los miembros de la comunidad tienen que ponerse al servicio de una misma idea, la del bien común como fórmula menos mala de convivencia y de superación de las debilidades.
Hay que dibujar un nuevo horizonte, otra manera de encarar el futuro, que sean más solidarios y diversos. Si no encontramos ese nuevo horizonte, moriremos en el intento de cambiar todo para, desgraciadamente, no haber cambiado nada. Esta es una buena oportunidad que no deberíamos desaprovechar. Desde todos los ámbitos, también desde el individual.

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