jueves, 8 de octubre de 2020

AL HILO DE LA SENTENCIA DEL TSJ DE MADRID

 

 AL HILO DE LA SENTENCIA DEL TSJ DE MADRID

Solo la información (y la desinformación) contagian e intoxican con más velocidad que el virus. La mañana de hoy trae la noticia de que el TSJ de Madrid anula el cierre de la capital, cierre que impuso el Ministerio de Sanidad para frenar el maldito virus que nos mantiene en la pandemia. La resolución ocupa veinticinco páginas. Con la misma velocidad aparecen opiniones, o más bien impulsos emocionales, que ponen a la justicia a los pies de los caballos y consideran a los jueces que no dictan la sentencia que les interesa como aliados políticos de alguno de los paridos enfrentados. De este modo, todo se sumerge en la confusión y nada contribuye a la calma, al sosiego, al análisis sereno y a las consideraciones de más calado y trascendencia.

-Si tuvieran razón los que descalifican globalmente a los jueces (siempre según el tenor de las sentencias), estaríamos en una prevaricación continuada y en un sinvivir que haría imposible la convivencia. Por otra parte, anularíamos cualquier capacidad técnica de los jueces para ejercer como tales.

-Si estuvieran en lo cierto aquellos que acatan las sentencias sin análisis y sin crítica, razonada y severa si lo consideran necesario, el panorama sería el de una sociedad pastueña y sin criterio.

-Siempre hubo gamas de grises y camino largo entre el blanco y el negro.

-Los jueces no son otra cosa que simples obreritos (como lo son los componentes de los ejércitos, los bomberos, los médicos, los tenderos…, o cualquiera de nosotros), que construyen con otros a España, ejerciendo con honradez su trabajo. Y nada más. Y nada menos. Ellos no crean las leyes, no son el legislativo en una sociedad democrática, son el poder judicial, es decir, los que imparten justicia de acuerdo con los textos que las cortes han elaborado y aprobado. ¿Por qué se les exige más de lo que tienen que hacer?

-¿No será, más bien, que la realidad no cabe en la redacción articulada de ninguna ley, por mucha precisión con que esté redactada y la mayor honradez con que esté concebida? Es que la vida -y ya entramos en la consideración de mayor alcance- no cabe en ningún código, es mucho más rica que cualquier articulado. La palabra es pobre y solo aproximación a la idea y a la realidad que quiere representar. Pregúntenselo a los filólogos y escuchen sus respuestas. Ah, y, como mal menor, pídanles consejo a la hora de redactar las leyes: serán un poquito más claras y precisas.

-De esta imposibilidad de ajustar la realidad a la literalidad de la ley nacen las interpretaciones diversas y las sentencias desiguales, a las que nos tenemos que atener, a pesar de todos los pesares. Pregúntenle a Sócrates y que les enseñe su ejemplo. Es que, si así no lo hiciéramos, sería peor el remedio que la enfermedad, nos invadiría el caos y el poderoso camparía a sus anchas.

-Por la misma razón, nos enfadamos ante algunas resoluciones que no entendemos ni compartimos. Es normal que así sea, y que lo manifestemos ante todos los demás. Pero deberíamos hacerlo con dos consideraciones. La primera es la de que la comunidad no nos ha seleccionado a nosotros para impartir la justicia sino a los jueces. Para sus equivocaciones están las apelaciones correspondientes. La segunda es la de que tenemos que reaccionar con razón y con argumentos, conjugando la serenidad con la pasión.

-Y llega lo de Madrid, como ejemplo de otras situaciones semejantes. ¿Por qué no se jerarquizan las dificultades y se atiende aquello que resulta más perentorio e inmediato? ¿Hay algo más importante que la vida? ¿De verdad que la ley no ofrece ningún resquicio por el que se pueda colar la defensa del derecho primero entre todos los demás, como es el de la vida y la salud? Y, si no lo hay, agarren el toro por el cuerno los legisladores, es decir, los políticos, y actúen rápidamente, que la ocasión lo requiere y la ciudadanía lo agradecerá. Y, si así no lo hace esa ciudadanía, que con su pan se lo coma.

-Y acaso lo más importante, ¿no se pueden sumar el sentido común y las buenas voluntades de todos en lugar de someterse a la rigidez de los preceptos, que matan la idea y el empuje vital de una comunidad?

-No quiero ser equidistante y me parece que la reacción de la Comunidad de Madrid es disparatada (por utilizar un eufemismo), pero la pelota está en el tejado de todos y todos jugamos el partido. Es el partido de la vida. Y de la convivencia armónica que suma y no resta, que ama y no odia, que se complace en crear (son palabras de Unamuno) una gran marea espiritual, una poderosa fuerza que anima, vivifica y empuja a los hombres de fe en el ideal y a los que padecen hambre de redención y de justicia.

-Y ya basta de reacciones impulsivas y emocionales, que no retiran ni la primera capa de la cebolla y echan por tierra aquello que se quiere defender, coño.

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